86. La mujer pantera
Cada vez que ella intentaba enfadarse, él se reía y la llamaba dulce gatita, y le decía que nadie podría tomar nunca en serio aquellos ronroneos cascarrabias. Pero ya se había cansado de ser tan deliciosamente inofensiva. De esperarlo siempre, con la sonrisa y el cuerpo preparados, por si su marido decidía hacerle caso. Ahora había encontrado las cartas que él ni se había molestado en esconder. Primero el cortejo, luego la evocación detallada de sus encuentros. Finalmente, las burlas hacia la gatita fiel de quien no había que preocuparse.
Había decidido dejar de ronronear para siempre. Tenía ganas de rugir, de dar zarpazos confundida con la noche. Un chamán le vendió el conjuro que la convertiría en aquella pantera negra que contemplaba sus paseos por el zoo. Frente a la jaula empezó el ritual, siguiendo punto por punto las instrucciones. Pero no se dio cuenta de que en el momento preciso alguien cruzó por delante devorando un pastelito rosa.