El microrrelato V
Hagamos caso a Cortázar: el cuentista sabe que no debe proceder acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo, que su único recurso es trabajar en profundidad, verticalmente. Se trata, pues, de no desarrollar, de no divagar. Tenemos que encontrar las palabras adecuadas para lo que queremos contar. Después revisar cada detalle, cada nexo, cada frase. Tan importante es lo que decidamos mantener como lo que intuyamos que se puede quitar. Hay que ceñirse a lo esencial, prescindiendo de elementos gratuitos y decorativos. No hay nada más breve que lo que no se dice.
Los buenos escritores de microrrelato son aquellos capaces de decir mucho con poco. Más extenso no significa mejor, puede ser al contrario: no hay que menospreciar al micro por su extensión, como no lo haríamos con un virus: aunque minúsculo, su efecto puede ser devastador para quien se vea infectado por su lectura.
El microrrelato se convierte muchas veces en un juego antes, durante y después de su escritura y lectura. Hay que reflexionar y hacer que el lector reflexione, tratar de que el micro sea un cuento al que no quede más remedio que leer deprisa y luego volver a leerlo, y que parezca siempre que no ha terminado. Es un buen recurso disponer de un secreto, ocultarlo entre las palabras y dejar lo justo para que pueda ser descubierto al terminar de leer. O una sorpresa final: que la lectura desemboque en lo que no se espera. Deslumbremos al lector. No hace falta que el suceso que se le cuente sea lógico; en este género todo es posible y nada es imposible, y a quien lee no le da tiempo a diferenciarlo. E incluso es mejor si le deja en la duda.
Somos lenguaje, nuestras herramientas son las palabras. Por tanto, es de suma importancia que valoremos de verdad el empleo del diccionario. Pensemos que si contiene todas las palabras, también están en él todas las historias posibles. Juguemos entonces con ellas, con sus significados: contrastemos, experimentemos. Cada palabra tiene un inmenso peso. Ejercitemos el pensamiento y liberemos la imaginación en cualquier momento del día. Una vez que nos surja la primera idea, le daremos todas las vueltas posibles hasta encontrar el mejor ángulo desde dónde contarla. Desordenémosla, demos las piezas al lector para que este recomponga el puzle. Siempre hay un camino oculto o insospechado, que es el que nos va a sorprender a nosotros y a nuestros lectores. Cada posibilidad daría para un micro, y entre ellas hay una que es la «perfecta». Y esa es la que deseamos encontrar. Una vez encontrada, preguntémonos siempre qué efecto o sensación deseamos que provoque la lectura de nuestro micro. A partir de ahí, todo ha de estar encaminado a conseguirlo.
Si un texto fuera un árbol, a la novela le interesarían todas las ramas, las hojas y hasta las semillas de sus frutos. Incluso los insectos y otros animales que se acercan a él para alimentarse y buscar cobijo. En cambio, el microrrelato se queda solo con el tronco, sin más.
Y sin olvidarnos de que lo más importante, aunque se hallen ocultas, son sus raíces.
El microrrelato, ese gigante diminuto… Lo leí en algún sitio, me encanta.
El otro día miré un árbol desde abajo, para contemplar las hojas y ver la luz filtrarse, recomendación de una amiga, y entonces recordé lo del tronco como símil de relato, o sea que calan las lecciones y consejos que aportas. Gracias por tu trabajo. Un abrazo.
Haremos caso a Cortázar y a Revuelta: «No hay nada más breve que lo que no se dice», me ha encantado.
Por cierto, el dinosaurio, una delicia, ahí practicando para hacerse fuerte.
Ah, y felicidades por lo de Urueña 🙂