HUIDA DE LOS TÓPICOS
Todos nos hemos encontrado alguna vez con autores que decían sobre sus personajes «que sus dientes brillaban como perlas, o eran blancos como la nieve; que de sus ojos brotaban cascadas, o se clavaban en su amado; que tenían una mirada fría como el hielo, o como el acero; que su boca sabía a fresa, o tenían labios de melocotón; que su cabello era como la plata…». Todo ello orientado a describir una cierta mirada, un llanto, una sonrisa. En definitiva, una descripción en imágenes.
Muy bien. ¿Y ahora qué? ¿Qué hacemos, seguimos acudiendo a esas imágenes o aspectos (también llamados lugares comunes) cada vez que nuestro personaje llore o sonría o tenga el pelo blanco? ¿Nos gusta que nos cuenten siempre lo mismo? Seguro que responderíamos que no.
Como lectores, todos tenemos determinadas imágenes en la cabeza. Procuremos valernos de ellas, aportando vivencias de nuestra propia cosecha; siempre se agradecen y se valoran las metáforas originales.
Todo aquello que suena a tópico estropea un buen texto. Sea un principio demasiado manoseado (aquella mañana primaveral, una noche horrorosa); una resolución demasiado habitual (el flechazo, la muerte); o una frase leída mil veces (las nubes de algodón, el cielo amenazador). Quien se acerca a un texto nuestro, se acerca porque cree que tenemos algo nuevo que contarle. Bien, y si no es nuevo, al menos hagamos que lo parezca a través de nuestra mirada y voz propias. Por favor, nada de dientes como perlas, nada de adjetivos recurrentes, nada de ojos como platos.
Es complicado ser brillante en el uso de la metáfora. Encontrar imágenes no parece fácil, pero es cuestión de instinto, de estar atentos, de recrearlas ante el papel o pantalla (fuera perezas…) y de evitar esas escenas tan conocidas. Uno de los grandes escritores contemporáneos en el uso de las metáforas es Ray Lóriga y lo es porque casi siempre consigue ser brillante sin resultar pretencioso. Leed esto:
«La memoria es el perro más tonto, le tiras un palo y te trae cualquier otra cosa». Brillante, imaginativo, sugerente… Nada pedante, desde luego.
Eso sí, debemos evitar caer en la imitación. Intentar copiarlos es, precisamente, el mayor error. Que nos guste lo que leemos no quiere decir que tengamos que escribir igual que lo que nos gusta. Hay que ir tanteando, aprendiendo. Pero no copiar. Porque la copia siempre estropea el original.
En los primeros pasos de la escritura, debemos ser humildes, no intentar hacer grandes aspavientos. Empezar por lo complicado es un excelente ejercicio de frustración. Nada le hace más daño a la redacción que la ampulosidad. La humildad al escribir es volver a aprender los fundamentos de la escritura y la redacción: no dar saltos en el tiempo, no apresurarse en el ritmo, rozar el absurdo cuando convenga a la narración, reflexionar sobre los saltos temporales y los giros vertiginosos… Cuidado con esto, porque en el contraste entre la sobriedad narrativa y el curso de los acontecimientos puede precipitarse la acción por un barranco. Y atado a esa cadena, como la soga de uno en el puente de un río, nuestro micro se irá a pique.
Tenemos que desarrollar nuestra propia voz e intentar que el lector se sienta cómodo desde el principio, que maneje toda la información posible y que conozca el lugar, el tiempo y el protagonista de la acción cuanto antes. Crear un desasosiego desde la penumbra (fundamental esta fase de sombra), ya sea del personaje o del entorno que hemos tramado para él. Crear un texto rico en matices, sin abusar de esas expresiones recurrentes que comentábamos al principio; ni de la adjetivación. Recordad que saber escribir es saber adjetivar, sí; pero siempre que se considere «no adjetivar» como una posibilidad. En la escritura, como en la vida, lo que llama la atención es lo que sobra; que nadie crea que es un rasgo de «buena literatura» que cada sustantivo tenga su adjetivo, sino todo lo contrario. Evitemos a toda costa caer en la pedantería.
La magia de la escritura es que cualquiera de nosotros pueda ser el protagonista de la historia, que cualquier tiempo pueda ser el tiempo. Y nosotros vivirlo. Las historias se cuentan no tal y como son, sino tal y como le parecen al narrador. Una vez colocado el narrador ante una realidad, tenemos que saber qué elementos va a elegir ese narrador de esa realidad. ¿Qué detalles son los importantes, unos dientes? ¿Qué le interesa resaltar, que son blancos? Para describirlos no nos vale que recurra a la mirada de otro que ya dijo antes eso de «blancos como perlas». Tiene que ser otra mirada, la suya propia. Mirar y escuchar, esos son los dos requisitos universales para todo escritor. Pero mirar y escuchar con estilo propio, evitando los tópicos y los lugares comunes, reconociendo nuestras influencias sin dejar que nos dominen.
En definitiva, es mejor no complicarnos demasiado. A menudo, lo que parece más sencillo es lo más valioso.
(En la sección «Acampada libre» os proponen un ejercicio para practicar sobre lo hablado aquí).
Muy bueno, SUSANA. De los lugares comunes hay que huir como de la peste.
Comparto el artículo en Twitter.
Cariños,
Mariángeles
Susana, me ha gustado mucho el articulo.
Un abrazo
Aunque suene a tópico, todos deberíamos grabarnos lo que dices para tenerlo siempre presente. Leído así, parece sencillo, pero cuánto cuesta llevar esta ideas adelante. En eso estamos.
Un abrazo, y gracias por estas entradas y tus consejos.
¡Seño, qué difícil!
Qué va. Rafa. Cada vez que por lo más remoto fueras a poner «negro como el carbón» te lo pensarás.
Pensar otras opciones es escarbar en la imaginación.
Beso.
Yo pondré negro como el lignito o la hulla, antracita o bituminoso.
Va a ser muy difícil hacer nanorelatos 🙂
Buenos consejos nos das Susana. Gracias.
Esta vez intentaré no ser tópico y te mentiré: «No me ha gustado para nada leer este post».