ABR158. OJOS SARRACENOS, de Rafael Aracil Alemañ
En el sepulcro de la vieja catedral, reposan los huesos del último caballero, Don Enrique de Mendoza. Sus hazañas difundidas por todos los confines de la Cristiandad, hablan de asedios interminables, de heroicas batallas, de infranqueables murallas derribadas por sus valerosas huestes. De sus duros enfrentamientos con la morisma siempre salió victorioso y las crónicas de la época narran que su gallardía y noble porte hacían que el enemigo emprendiera la huída con su sola presencia en el campo de batalla. Un día de mayo, plagado de mil fragancias, se abre camino Don Enrique por verdes florestas llegando a una frondosidad del bosque donde escucha el rumor producido por un salto agua y observa, entre la transparencia que proyectan las sombras, unos negros ojos sarracenos que parecen no apercibirse de la mirada cautiva que, en la distancia, se ha prendado de ellos. Don Enrique, sigiloso, desmonta su corcel e impaciente se aproxima a las inmediaciones del lugar presto a cruzar el umbral que separa el abismo de angustia que la lejana visión ha provocado en su desbocado corazón. Incauto y perdido por el ímpetu de la insensatez… en su epitafio aun puede leerse: “Caído por Dios ante el infiel”
Un relato muy logrado, estupendamente escrito y muy progresivo hasta ese epitafio erróneamente acuñado.
Un abrazo.