71. Cuando los días son más oscuros (María Rojas)
Dicen, que la primavera hace que, entre el reverdecer de la naturaleza, nos sintamos creyentes de que el mundo es amable. Quizá por esto, Elsa, se animó a viajar.
Al llegar, la ciudad la deslumbró. Sin embargo, esta le fue esquiva, no le tuvo ninguna consideración, a pesar de lo ilusionada que había venido a habitarla.
Pobre Elsa, por más que se frote la piel con estropajo impregnado en jabón de pachulí, sigue oliendo a humo, al igual que su pueblo montañoso enclavado en la región volcánica del Valle de Atriz.
En junio, a Elsa, sin motivo alguno, se le empezó a caer el pelo.
En verano, en esta ciudad te achicharras. Elsa apenas sí dormía. Las horas insomnes las empleaba en desgranar maíz y tostarlo. Después lo molía y amasaba formando unas arepas redonditas, delgadas, que asaba con primor.
En otoño, el corazón de Elsa empezó a desmigajarse.
En invierno, harta de luchar con la mezquindad de la ciudad, resolvió volver a su lejano y humoso pueblo. Al darle el abrazo de despedida, a pesar de mi toque de hamponcito, flojeé. La voz se me quebró. Quise creer que la quería.
Elsa, toda llorosa y, sin pelo, se esfumó.
Cuantas personas intentan alcanzar ese dulce sueño que las libere de su sino escudadas bajo la máscara, inclemente, de una primavera que , en demasiadas ocasiones, no se convierte en lo que anhelan. Triste e injusto, pero real. Suerte y saludos.
Efectivamente Jesús, las ciudades grandes son difíciles para la gente buena y sencilla que llega a habitarla.
Abrazos.
Qué bonito eso de su «humoso pueblo».
Hay paraísos que no lo son tanto, tan solo son espejismos.
Me gusta muchísimo y te deseo suerte.
Un abrazo.
Gracias, Towanda, tus bellos comentarios siempre animan.
Abrazos enredados de suerte.
Me estoy imaginando a Elsa, ¡Pobre Elsa!.
Suerte para esta buena historia, tocaya.
Menos mal que regreso a tiempo para curar las heridas del alma y cuerpo.
Un beso de retorno, tocaya de los micros. A mi también me encantan, aunque me obligo a pasar de las cien palabras, veinte me parecen un montón.
Las ciudades prometen muchas posibilidades, pero también resultan implacables y mezquinas en no pocas ocasiones. Hay humos y humos, no pueden ser igual de salubres los de una urbe que los de un pueblo, si emanan de una zona volcánica que si lo hacen de los tubos de escape. Las expectativas de tu protagonista se han tornado en decepción, además de coincidir con una enfermedad terrible. Tu protagonista es una mujer rural en toda su extensión, que toma la sabia decisión de retornar al campo cuando los días se han vuelto oscuros, quizá barruntando su final.
Un abrazo y suerte, María
Bien lo dices, la vida del campo puede ser dura, pero mucho más placentera de la que se puede vivir una mujer campesina en una gran ubre.
Más abrazos.
Qué cruel es la vida, caray. Y qué bien lo has descrito a través de esa pobre mujer. Muy buen relato, María. Te felicito. He quedado triste pero con un rayito de esperanza… ¿qué tal si se acaba el humo del volcán, vuelve la calma y Elsa se cura…? Un abrazo. Me ha gustado mucho. Suerte!
Hola, tocaya. Me encanta leerte otra vez. Claro que hay esperanza. Elsa le crecerá el pelo y encontrará el gusto por vivir en el campo.
Felicidades enredadas en suerte.
Hola, María.
Bajo un título oportuno, me encanta la manera en que narras, esta crónica de una muerte anunciada, recorriendo las estaciones climatológicas; desde la más deslumbrante y esperanzadora a la más lóbrega y decepcionante. La ciudad: la ciudad llega a matar. Asesina poco a poco, lentamente como en su día los apaches. La vuelta al pueblo para morirse. Y él, otro seguro matador, con un punto tierno al final ante lo irremediable, ese último viaje de la protagonista. Un doble cambio, el de ella y el de él, presente desde el principio con la elipsis: muchas veces, pienso, quien viaja huye de algo o de alguien.
Muy buena propuesta. Besos.
La ciudad, un paraíso efímero e impersonal donde el corazón de la protagonista jamás arraigó. La enfermedad la devuelve a su vida, a sus recuerdos, y ya su alma, como el humo del volcán, sobrevuela su querida tierra. Muy bueno, María. Abrazos y mucha suerte.
Qué pena que volver suponga encontrarse con su final. Una historia, muy buena, muy triste y muy tierna. ¡Enhorabuena!, María.
Un abrazo.
La ciudad, si no has nacido en ella, es difícil que te atrape en sus bondades, sencillamente porque no las tiene si se comparan con el aire libre y sin prisas del mundo rural.
Un bonito cuento de desesperanza.
Un abrazo.
Querida Ana, es un relato que va a la par de la climatología del pueblo a la ciudad y viceversa. Hay esperanzas de la cura de cuerpo y alma de Elsa.
Felicidades enredadas en abrazos.