129. Mi padre
Cuando no es la pata de una mesa que cojea le ocupa un cuadro que ladea. A veces, coge la bolsa de la basura y la lleva al contenedor. Otras, me lo encuentro llenando de agua el bebedero del perro. Lo mismo le echa una mano al mayor con un pinchazo en la bicicleta que se acerca a la parada del bus para recoger al pequeño.
La tarde invita a disfrutar del porche. Entre rosas y clavellinas se toma una cervecita con Eustaquio, un amigo que vive dos casas más abajo. Al acercarme para llevarles un platillo con aceitunas le oigo decir:
«La verdad es que no tengo mucho tiempo para pensar en ella… mañana por la mañana he quedado con mi yerno, le ayudaré a podar las azaleas y por la tarde con mi nieta, repasaremos la tabla del siete».
Su amigo, nonagenario como él, acababa de preguntarle si no le tenía miedo a la muerte.
Para qué pensar y temer tanto lo inevitable, cuando la clave está en aprovechar la vida en todos sus instantes sin contaminarla con temores que no conducen a ningún sitio. Un hombre al servicio de los demás, aunque sea con tareas que pueden parecer menores, pero están cargadas de importancia, es un verdadero superhéroe, que será recordado como tal cuando reciba esa visita inevitable.
Un relato lleno de vida. Yo me apunto ya para ser así cuando sea abuelo y jubilado.
Un abrazo grande, Rosy. Suerte
Pues tienes toda la pinta… ;-), seguro que serás un abuelo como el de mi relato.
Siempre es un placer que me dediques tus palabras.
Un abrazo, Ángel.
Un hombre que protege su pequeño universo acogiéndose a su destino, vivir. Una película que hay que vivirla con júbilo, la muerte es una compañera que puede esperar. Gran relato, Rosy, sobre el poder de las pequeñas cosas. Abrazos y suerte.
Hola, Salvador, cuanto mejor nos llevemos con ella, menos nos costará acompañarla. Gracias, tu comentario me ha encantado.
Un abrazo.
Hola, Rosy.
Me ha encantado tu relato. «Son aquellas pequeñas cosas…», canta Serrat. Un hombre, el viejo, que sirviendo a los suyos y a los demás (con su compañía al amigo) se sirve a sí mismo y no se acuerda de la muerte. Es un superhéroe de los auténticos. Todos quisiéramos ser ese hombre y llegar asía su edad. El texto está magníficamente construido, sosteniendo a la perfección la tensión narrativa. Te felicito por todo lo grande, como el beso que te doy, que te mando.
Felices vacaciones cuando te alcancen.
Y yo te mando otro beso, Eduardo, más grande si cabe, porque tu comentario para un texto tan sencillo, me ha dejado casi sin palabras.
Feliz verano también para ti, aunque te visitaré pronto, creo haber visto tu nombre entre los actuales viajeros…
¡Suerte!
Rosy, no lo leí en su día (mea culpa), pero ha sido maravilloso hacerlo ahora que se libra el áccesit.
Ojalá que sea para ti, mi gordi!!!
Besos, guapísima.