Ronda 1 – Aquelarre 16
Los participantes con el alias : MAUSOLEO– PÓCIMA– MORTAJA
deberán escribir un relato :
- Donde aparezca el pecado de la Lujuria.
- Plazo : hasta el domingo 17 a las 23:59 hora peninsular de España
- Extensión: 123 palabras Máximas (título NO incluido)
- Ambientado en el escenario : EL SERVICIO MILITAR
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Podéis votar en este otro
POCIMA : Zafarrancho
Por mis estudios de medicina hice la mili en el botiquín del regimiento. Mi primer aviso, la coronela, más joven que Usía, estaba en la cama con un salto de encaje al vacío .
Me senté a su derecha y saqué del maletín, el otorrinolaringoscopio y el fonendo. Me froté las manos, deslizó el raso hasta su braguita negra y palpé un abdomen blando, sin nódulos, colocó sus manos sobre las mías y las llevó a su sexo lujuriosamente, pasándolas por debajo de la gomilla, estaba muy húmeda y los ocho dedos podían entrar en formación de a cuatro.
Vi su lascivia, ojos suplicantes y boca donde se asomaba una lengua carnosa, ágilmente abrió la bragueta y tomó con sus labios el periscopio.
MAUSOLEO – Maniobras orquestales en la oscuridad
Mi padre insistió en que hiciese la mili. Decía que volvería hecho un hombre. Y en plena guerra fría, otra batalla, más caliente, se declaró en mi interior. Era la mirada azul de aquel sargento imberbe, la firmeza de su voz al ordenarnos hacer flexiones. La forma que tenía de pasar el brazo por encima de mi hombro para enseñarme a coger el fusil. “Con fuerza, como si fuese tu polla”, me susurraba al oído. Cada noche desafiábamos el bombardeo de ronquidos que asolaba el barracón para encontrarnos, cuerpo a cuerpo, en los baños. Volví, me casé, tuve hijos, un trabajo. Años después, en las reuniones familiares, mi padre todavía cuenta anécdotas de la mili. Yo, en cambio, callo. Nunca fui un valiente.
MORTAJA – Bromuro por pasión
Con tres cervezas encima, el capitán Méndez olvida su autoridad y pierde toda discreción. Hoy ha contado, ante sus atónitos subalternos, que su hermosa mujer tiene un apetito sexual sin límites, y que su desmedida lascivia la lleva a ofrecerle su cuerpo con asombrosa frecuencia. Luego ha permanecido un rato ensimismado, con un gesto entre la fascinación y el temor.
El cabo Lozano, cantinero, oye y calla mientras sirve con eficacia la mesa de mandos. Él mismo condimenta hoy la sopa del primer oficial, y lleva luego la comida a la esposa, en su residencia.
«¿Hay hambre, señora?», dice, al entregarle la bandeja. Ella sonríe de manera neutra, al tiempo que cierra la puerta con la cadera.
El asedio solo acaba de empezar.