42. LOS FANTASMAS DE AUSCHWITZ (Salvador Esteve)
Sentado en la barra del bar, tomando café amargo como su existencia, envidiaba a la gente de su alrededor que transitaba por la vida sin la losa de una conciencia enfermiza. Su indiferencia le hacía sentirse seguro. Si supieran quién era, si conocieran su pasado, le escupirían.
Las cuencas vacías mortificaban los sueños de Edwin Waas. Los gritos desgarradores eran acúfenos de dolor. Miles de pijamas a rayas giraban en su cabeza como barrotes que cercaban su locura, la muerte acechaba sus pensamientos.
Pero la vida le brindó una salida. Revistió su alma de payaso y recorría los hospitales buscando con anhelo a niños enfermos. Cada risa arrancada, cada risa que un niño le regalaba, provocaba que un fantasma de su pasado dejara de perturbarlo; las necesitaba a miles, balizas que le mantenían a flote ante la soledad.
El tiempo consiguió acallar las voces, la ansiada paz ya no era un sueño. Aunque fue un sueño efímero. Un día volvió la imagen de aquel niño, con la tristeza grabada en su piel, con la sonrisa enterrada. Mientras las cenizas anegaban de nuevo su corazón, una lágrima arrastraba su blanco maquillaje. En la lejanía escuchó voces, y supo que habían vuelto.
Terrible historia pero, aun así, muy hermosa. Acongoja ver como alguién que ha sufrido tiene que cargar con su calvario más allá de lo humano. Ni siquiera un mínimo atisbo de luz consigue aplacar la presencia de esos malditos fantasmas. ME ha gustado, Salvador. Un abrazo y suerte.
Hola, Salvador.
Constato, con enorme alegría, tu crecimiento exponencial como escritor. Estaás hecho un saltamontes de la literatura. Tu prosa es una engrandecida con pinceladas de bellísima poesía. Qué bonito te quedan esos «acúfenos», de qué me sonarán a mí, tinnitus en latín.
El que ha hecho mal y tiene conciencia -esa voz que te absuelve y te condena, que dijo otro poeta- carga con un pesado fardo lo que le quede de vida. Le ponemos nombre: Edwin. El nombre siempre humaniza. Y su actitud de desquite le honra. Mas es tan atroz el monto de las crueldades que llevó a cabo que no hay paz en su existencia. Se van los fantasmas con las buenas acciones, con los niños, ´qué mejores destinatarios; pero vuelven al menor descuido. Y agigantados. Y una lágrima, entonces, desbarataba su maquillaje de clown. Como el bigote de Dik Bogarde la lluvia en Muerte en Venecia.
Un texto más que sobresaliente. Un diez sobre diez para ti. Aquello no puede olvidarse nunca. Y has traído el Holocausto, tan ácido, moderado por briznas muy hondas de poesía. Una prosa poética francamente insuperable. Mi más muy mayor enhorabuena, Salvador, amigo; y será justicia estricta la mejor de las suertes que puedas tener. Un abrazo enorme. Una buena apretada.
«Los fantasmas siempre vuelven» , así empieza un poema mío. No te digo más.
La mala conciencia, llena de fantasmas (creo), hasta al más cruel de los seres. Lo has dibujado excelentemente. Felicidades y suerte.
Besicos muchos.
Igual que mi micro, tu personaje acaba con lágrimas en los ojos aunque por diferentes motivos. Esta página es una paleta de colores cuyo pincel sirve hoy para retocar el maquillaje desvaído de un petsonaje, cuanto menos, peculiar.
Buenas noches Salvador que la fortuna te sea propicia.
Cuánta angustia, Salvador, cuánto castigo no necesita este “redimido» para saldar su deuda con la humanidad. Has conseguido ponerme los pelos de punta y fíjate si me ha gustado tu texto, que me gustaría tenerlo sobre mi mesilla, alimentando a nuestra mariposa particular.
Un abrazo.
Una redención que no acaba de llegar. Detalles que nos llevan al horror del holocausto. Magnífico relato mejor contado.
Suerte, Salvador.
Nunca se está claro qué hay detrás (y en el pasado) de la vida de los otros. Es un misterio. Y, como se dice, el pasado siempre vuelve, de una forma u otra.
Es una pena porque creo que, rehabilitándose lo estaba haciendo bien aun cuando jugaba con fuego: los niños, su punto quízás más débil
Un abrazo
Cuando cometió esas tropelías, cumpliendo órdenes, y en función de una ideología y de un supuesto bien común, es muy probable que lo hiciera de forma fría, como un trabajo manual cualquiera. Pero el tiempo dura y amortigua cuando ha de hacerlo, como también quita y da razones y pone las cosas en su verdadera perspectiva. Ser verdugo de niños tiene que dejar una huella, por engañado que se esté, se quiera o no, no hay maaquillaje que lo oculte.
Un relato contundente, con un buen estudio psicológico. En favor de tu protagonista decir que al menos se siente arrepentido y atormentado, porque en otros casos no fue así.
Un abrazo, Salvador. Suerte
Los fantasmas de una mala conciencia se pueden esconder, maquillar pero están obligados a reaparecer. Es lo que tiene haber sido tan cruel. Muy bien contando. Te deseo mucha suerte.
Salvador, el pasado siempre viene, parece decir tu personaje cargado de culpabilidad y consciencia. Suerte y saludos
!Qué preciosidad de texto, Salvador! He rememorado la película “El niño con el pijama de rayas’”al leerte. Es un gozo para la vista y el entendimiento encontrar a gente que tiene el don de llenar los corazones de los demás, a base de prosa de extraordinaria calidad. Enhorabuena por esos dedos que Dios te dio. Besitos, queridísimo compañero. Eres muy grande.
Salvador, cada día escribes mejor. Hace tiempo que no te leía (culpa mía). Mucha suerte !!
Salvador, fantasmas como los que acechan a tu protagonista son imposibles de borrar, por más que intente redimirse siempre vuelven.
Un relato excelente, donde el holocausto permanece latente bajo las palabras.
¡Enhorabuena y muchísima suerte!
Besos apretados.
Salvador, un relato excelente, haces ver ese sentimiento de culpa de este criminal. Por suerte los remordimientos y esas voces no le abandonaran nunca para que jamás olvide sus atroces hechos. Por muchos hospitales y sonrisas que consiga no merece perdón alguno.
Me parece un relato estupendo haces sentir con cada letra unas imágenes evocadoras de algo que no debe repetirse nunca más.
Enhorabuena y mucha suerte.
Un abrazo.