43. Perdida en la ciudad
Piensan que siempre estamos ahí aunque varias veces al día —en la casa, de noche, un día nublado—, desaparecemos; y a veces ya no nos recuperan. Son tan insensibles que no llegan a echarnos de menos y el resultado es que el mundo está lleno de hombres sin sombra y sombras sin dueño.
Cuando perdí a mi dueña, hace ya muchos años, me mantuve escondida un tiempo, procurando no pasar por espacios abiertos en los que el sol pudiera revelar mi presencia, pero pasado un día decidí salir a buscarla, pero nunca la encontré. Anduve por las calles, me crucé con alguna persona que había notado que ya no le acompañaba su imagen, e incluso me topé con un joven que se fijó en mí y se acercó; pero no formábamos una pareja creíble y desistió.
Desde entonces me han visto deambular solitaria, a mí y a otras como yo. Aparecemos en cualquier esquina al atardecer, nos llaman fantasmas.
Ezequiel, muy buena historia, y original, Suerte y saludos
Gracias Calamanda, por tu comentario.
Los fantasmas son seres incompletos, perdidos, en busca de su destino. Una sombra que ha perdido a su dueño vive en la peor de las desorientaciones, acecha por la espalda, inquieta. Sombras y espectros parecen compartir un mismo destino porque son lo mismo.
Buena idea la que desarrollas en tu relato, Ezequiel. Después de leerlo miraremos con inquietud esas siluetas oscuras y cambiantes.
Un abrazo. Suerte
Gracias, Ángel.
Las sombras deformadas, sin un objeto a la vista que las refleje o moviéndose por una calle solitaria, son redundantes en películas de terror. Son nuestros fantasmas de cabecera o de la guardia.
Perfecto final.
Gracias, un final que puede ser el principio de otras aventuras.
No me extraña la confusión Ezquiel ¿Quién podría distinguir una sombra de un fantasma? Los dos tan intangibles, tan escurridizos, la ciudad de las sombras perdidas, parece que ya son multitud.
Mucha suerte con tu relato. Saludos.
Puede que las sombras sean nuestros fantasmas particulares y, quizás, nos sobrevivan.
Gracias por tu comentario.