96. Sàbanas de mármol
Concha era feliz con su vida llena de hijos y su trabajo de redera. Se sentaba a la orilla de su casa y, con rapidez y manos toscas, cosía redes nuevas, remendaba las rotas o reparaba las descosidas. Su esposo ,marinero con pipa calada, cuando la captura era buena, llegaba con pescado debajo del brazo. Concha entonces ponía la sartén al fuego y los ojos en su marido que con pasión escenificaba la captura. Boquiabierta, escuchaba cómo la red se abalanzaba sobre los peces como velo de beata y cómo el banco de peces se enmarañaba entre coletazos en las fauces de la red. Concha y sus hijos aplaudían el relato con pinceladas poéticas mientras comían el pescado frito.
Se habían casado muy jóvenes en un martes y trece desoyendo a los supersticiosos; pero, con el tiempo, se aburrieron de quererse. Orgullosos como eran decidieron seguir en sus trece, y juntos se hicieron mayores. Una aureola de infelicidad ocupó su existencia. Concha , a menudo, miraba al cielo en un gesto de resignación mal llevado y en su habitación las sábanas se fueron marmoleando de pura vergüenza por no usarse.