53. SITTING ON THE DOCK OF THE BAY
Perfectamente simétricos, hasta la arena pegada en la planta y ocupa en el pulgar de ambos pies, destacan sobre la oscuridad del mar. La pulsera del tobillo izquierdo, rompe el equilibro y da un toque ambiguo que me produce desazón. No debo moverme, puede que debajo de la superficie haya vida que esté mirando con apetito mis dedos.
Así pensaba tras su largo paseo diario, sentada en la escollera, escuchando música en su walkman. Un leve repunte del oleaje, algo mayor de lo que el espigón permitía, le llamó la atención. Se quedó inmóvil, como si esperara que subiera la marea hasta limpiarle los pies y el ánimo. Vio como el agua se ennegrecía, los barcos buscaban el horizonte y el graznido de las gaviotas se tornaba amenazador. El nivel del mar subió, sin que nunca llegara a mojarla, a pesar de que el agua cubrió sus pies, rodillas y hombros, hasta sumergirla en el profundo silencio que acompaña al ocaso.
El viento arreciaba y sintió frío. Se levantó silbando unas notas de despedida. Cuando la canción acabó habían pasado cincuenta años.