61. LA ANTESALA DE LA MUERTE (Belén Sáenz)
Tras una pesadilla o un desvanecimiento desperté en una habitación desconocida. Empezaba a difuminarse, en el ventanal enmarcado por pesados cortinajes que veía ante mí, el arrebol que agosto resta a los días. Un ruido blando frotaba las paredes y con el corazón encogido imploré que fuera una paloma. Decidí dedicar diez minutos, ni uno más, a descansar y luego volvería a casa. Ni en el más absurdo de mis delirios se me habría ocurrido esperar al alba allí. Pero cayeron los alzapaños como dos brazos yertos y se desplegó el damasco escarlata. El lienzo ejecutaba un aleteo demencial suspendido en el vacío. Quise huir y el terror, como un latido de sangre, me paralizaba. Al notar su caricia en los tobillos creí enloquecer, y cuando me acogió en un abrazo supe que su impulso era letal. El tejido se contraía y dilataba como las fibras musculares vivas, mi cerebro rozaba la bóveda del cráneo con un chirrido de algodón. La oscuridad era rojiza, y el horror y el asco se multiplicaban por el macabro olor a podredumbre. No puedo sino esperar a que todo termine refugiado en esta crisálida de envolturas mullidas y tibias. Sólo diez minutos y ya…
No sé si la muerte será así, ni quiero saberlo aún, lo que si sé es que hasta los estertores de una persona, consciente de su final, pueden ser una muestra de buen hacer literario, un disfrute para el intelecto. Tu relato está lleno de fuerza, con un lenguaje trabajado, impecable y espléndido. Palabras y expresiones se unen en una armonía que (casi) hacen desear estar en la piel de tu protagonista, para sentir como él siente, para describir esas vivencias últimas.
Me ha gustado mucho, Belén.
Un abrazo y suerte