91. Obsesión
Él gesticulaba y agitaba los brazos de un lado a otro del salón. Ella, aguantando el pánico, apenas oía fragmentos de su discurso, si bien iban colándose en su cerebro palabras como traición y pérdida. Al fin, él se detuvo a escasos centímetros de su cara, “¿cómo has podido?”, le espetó con un aliento que a ella le supo a veneno. “No lo entiendo”, repetía golpeándose contra la roja pared que les separaba del vestíbulo. Ella no se atrevía a moverse, nunca lo había visto así. Siempre había sabido que era especial y eso le había atraído, pero ahora no comprendía qué había hecho para enfurecerlo. De repente, una idea, tan encarnada como los muebles, las toallas y las tazas, se coló en su cerebro y lo descifró; cogió su bolso y salió por la puerta para no regresar.
Cuando llegó a la calle, no pudo sino ondear su larga caballera, ayer pelirroja y hoy morena azabache.
La obcecación no puede traer nada bueno. Cada cual tiene la suya, lo que resulta inadmisible es tener que cargar, además, con las de los de los demás. Las cosas habían llegado demasiado lejos en ese hogar por culpa de una manía malsana, hasta el punto de convertirlo en un infierno, acorde con el color dominante. Esa mujer hizo bien en salir «para no regresar», en huir, antes de que fuese tarde, de esa locura que solo podía ir a peor, que le negaba su libertad. El cambio de color en el pelo es una rebelión necesaria. Esos cabellos con el aire de la calle son el soplo de aire fresco que necesitaba, un símbolo a la propia dignidad y al libre albedrío.
Un relato que oprime, como a tu protagonista, hasta la acertada liberación final que da sentido a toda la historia.
Me alegra leerte, Esther.
Un abrazo y suerte
Hola
Nunca habían destripado tan profundamente una de mis historias. Tú sí que me has dado una alegría al entender perfectamente qué quería transmitir. Muchísimas gracias.