05. SOBRENTENDIDOS (Ángel Saiz Mora)
El diagnóstico fue claro: sus dificultades para interactuar en sociedad constituían un serio trastorno psicológico. Maldije al destino. Mi mujer miraba hacia el suelo con inquietud cuando detectó un trébol de cuatro hojas en el jardín de la clínica. Dijo convencida que aquella planta era una variación prodigiosa, que al existir solo una entre diez mil sería portadora de buena suerte, como nuestro hijo.
Contratamos a los mejores especialistas. Intentar corregir las carencias del niño supuso un desembolso prohibitivo, pero no menos que su microscopio electrónico y la costosa formación para que desarrollase las habilidades con las que, en contraste, despuntaba de forma increíble.
Durante un tiempo me pregunté cómo podíamos afrontar tantos gastos. No era suficiente que yo estuviese todo el día en las calles, a la búsqueda de clientes que apagaran la luz verde del taxi.
Esta noche, años después, durante la entrega del Nobel por sus descubrimientos contra el cáncer, no sé de quién me siento más orgulloso, si de él y su superación, o de la fe y sacrificios de la madre. Nunca hablamos de aquellos discretos servicios suyos a domicilio, íntimos y tan bien pagados. Ella agradece mi silencio.
Ángel, sencillo y calido relato, muy bien contado y retratadas sus imagenes, me has llevado a recordar una pelicula y en ella a la madre del famoso Forrest Gump; salvando las distancias echo una mano a su hijo en un momento crucial para él. Un saludo y mucha suerte.
Recuerdo esa escena, el precio que tuvo que pagar para que le dejaran estudiar en un colegio, como a los demás. Qué no haría una madre por su hijo. Para ellas, no puede haber nadie mejor.
Muchas gracias, Calamanda.
Un abrazo
Un niño especial y diferente (que supongo con autismo o con el síndrome de Savant, que se conoce como el de los «idiotas genios») que nace y cambia la vida de ambos padres: uno, taxista que se desvive trabajando las veinticuatro horas del día, y la otra que hace lo mismo, dando «discretos servicios a domicilio, íntimos y bien pagados», que el marido nunca le reprocha, antes al contrario.
Ese niño es el mismísimo trébol: uno entre diez mil, y portador de buena suerte contra todos los pronósticos que le tira la vida.
Este micro tuyo hace escuela, ÁNGEL querido, porque demuestra, con su excelente factura, cuánto más y mejor se puede decir con un lenguaje cuidado, depurado, cincelado, en el que nada falta y nada sobra.
Como siempre, un gran placer leerte.
Cariños,
Mariángeles
El síndrome de Savant, como sabes, al igual que el de Asperger, son bastante similares y forman parte del llamado espectro autista. Personas a quienes les cuesta un enorme trabajo comportarse en sociedad como se espera de ellas, al tiempo que destacan en otros aspectos con grandes habilidades. No son enfermos, presentan un desarreglo neurológico con el que han de convivir toda su vida, en una lucha sin cuartel y constante contra sí mismos. El hecho de no rendirse, ni ellos ni su entorno, es un ejemplo de tesón y un bien para todos, por lo que pueden aportar. La fe, el cariño y el trabajo siempre dan su fruto.
Agradezco mucho tu atenta lectura y tus palabras, Mariángeles.
Un abrazo
Aunque no cabe en la imaginación lo que unos padres pueden hacer por un hijo, tú haces una muy acertada aproximación. Como siempre con tu depurado estilo y el color de la convocatoria bien traído en ese piloto que atrae los ingresos siempre insuficientes.
Suerte y abrazo.
Hay excepciones, como en todo, pero, desde luego, resulta imposible describir en toda su amplitud lo que los padres que son como deben ser hacen por sus hijos, sean éstos como sean; solo es posible, si acaso y como bien apuntas, intentar aproximarse.
Me alegra que te haya gustado, Rafa.
Muchas gracias por tu visita y un abrazo
El trébol de la buena suerte fue contar con la fe y el esfuerzo de los padres para que la enfermedad del hijo no fuera un obstáculo en su formación. Muy bien contados los verdes y muy elegante el estilo de los sobreentendidos.
El hijo triunfó como espero que lo haga este excelente relato.
Un gran abrazo, Ángel.
Qué mejor triunfo que tus palabras, Carmen, ayudan a seguir y te lo agradezco mucho. Al igual que la lectura de tus relatos, son todo un lujo.
Gracias de nuevo y otro abrazo grande para ti
Hola, Ángel. Como tantas veces, tu texto da para reflexionar sobre todo lo que podemos encontrar detrás. A mí, como a Calamanda, su lectura me trae a la mente algunos recuerdos de la infancia, como el de aquellos tréboles de la suerte que supongo que todos soñaríamos con encontrarnos en el medio del bosque. Y en la parte contraria, no caernos dentro de unas arenas movedizas. ¡Lo que hacen los tebeos: cómo si hubiera mucho de una cosa u otra por estos andurriales! Ya sin bromas, tu relato me da para pensar, entre otras cuestiones, en lo que unos padres pueden llegar a hacer por sus hijos; en por qué, en demasiadas ocasiones, no parece haber el “apoyo suficiente” (económico, médico, social…) para el que sufre una “discapacidad” (o para sus familias); En por qué, también en demasiadas ocasiones, tampoco parece haber el apoyo suficiente a los que tienen “grandes capacidades”, aunque el apoyarlas justamente puedan suponer beneficios para todos; quién y por qué se “regula” esto de las “capacidades” o, por poner un ejemplo más, si es siempre bueno el “silencio” (y/o la “resignación obligada”), aunque sea sobre asuntos “delicados”. Pues nada, un abrazo y suerte.
Veo que no era el único que buscaba esos tréboles con interés en la infancia. Yo al menos nunca encontré ninguno, hasta llegué a pensar que era un mito, siempre había alguien que decía haber visto alguno, aunque fuese mentira, pero no por eso creo que debo quejarme, en general, de mi suerte. Hay personas con necesidades especiales que requieren, además de gran dedicación familiar, medios y ayuda externa que no siempre obtienen. Las capacidades de cada individuo a todos nos benefician y deberían siempre potenciarse. La vida no suele ser fácil para nadie, pero hay personas que aún lo tienen más complicado. La fe de los padres del relato fue clave para ayudar a salir adelante a su hijo.
Agradezco mucho tu atenta lectura y tus interesantes palabras, Jesús.
Un abrazo
Cuando se trata de sacar adelante a un hijo, con algún grado de discapacidad, ningún sacrificio pesa. Si se persevera, con paciencia, se logran resultados maravillosos. El tuyo es un relato que leo como un homenaje a los que, como yo, tienen algún hijo que necesita un poco más de nuestra atención y cuidado. Muy bueno Ángel, suerte.
Saludos.
Todos sabemos que hay desgraciadas excepciones, pero la mayoría de los padres hacemos todo lo posible y más por nuestros hijos. No dudaríamos en dar nuestra vida por ellos si fuera necesario. De hecho, se alguna forma se la damos poco a poco. Sean como sean (y cada uno es un mundo) son una fuente de satisfacciones y de orgullo permanente. Nunca nos arrepentimos de haberlos traído al mundo. A pesar de las dificultades, que también las hay, volveríamos a empezar de nuevo otra vez desde que nacieron hasta el momento presente. Les queremos como son, por mucho que parezca que tratamos de moldearlos.Tienen la virtud mágica de sacar lo mejor de nosotros. Todo lo dicho, esas sensaciones únicas, se deben de multiplicar con un hijo con algún grado de discapacidad. Tú lo sabes bien. Y, efectivamente, este relato es un homenaje a esos padres y a esos hijos que no se rinden.
Me alegra mucho que te haya gustado, Beto.
Saludos
Qué bien contado, que escalofrío he sentido cuando he terminado de leer tu relato.
Ese trébol no sé si era portador de buena suerte, pero de lo que sí estoy segura era de que ayudó a creer en ella. Tal era el tesón de esos padres. Enhorabuena.
Por algún motivo nos aferramos a las imágenes y a los símbolos, necesitamos asideros para justificar actitudes vitales. Un trébol, una planta herbácea diminuta y efímera puede considerarse una señal cuando se está predispuesto para ello. Creer que nunca se debe tirar la toalla, luchar por sacar adelante una vida de la que somos responsables, es una suerte en sí misma.
Muchas gracias, Virtudes.
Un abrazo
A veces, uno no sabe en qué tesituras le va a poner la vida. Es bastante fácil hablar desde el desconocimiento, siempre tenemos un buen consejo en la boca y la pistola cargada para la crítica, no precisamente constructiva.
Yo no haría nunca esto, o no me comportaría nunca de esta otra manera… sin embargo, viene la vida y te pone en tu sitio y de pronto, sabes todo lo que puedes llegar a hacer o a ser. Es muy original tu propuesta. El papel del hombre, aunque no se eche él ninguna flor, porque se le ve humilde, es, a mi modo de ver, el más interesante y digno de aplauso, porque además de trabajar en la discreción, vive en la discreción y comprende. Eso es AMAR, así, con letras mayúsculas.
Me ha gustado mucho Ángel. Feliz noche y un abrazo.
La madre marca el camino a seguir desde el principio, como suele suceder en casi todas las familias, se reconozca o no. El padre hace lo que puede y lo que sabe. Ambos se sacrifican, la penitencia que ella asume es enorme, sin duda, pero no es menor la de él, que ha de tragarse todo el orgullo varonil y apretar los dientes para no echar nada en cara, más bien al contrario. Seguro que algunos le pondrían calificativos despectivos a esa actitud, pero si eso no es amor, como bien dices, ya no sé que podría serlo.
Me alegra que te haya gustado, Mercedes.
Mil gracias y un abrazo
Muy bueno tu ultimo relato Angel, lo dicen todos y yo me uno a ellos. Un abrazo desde SBD – BCN. Martin Saiz Ibañez
¡Martín!
No sabes cuánto me satisfacen tus palabras, que leas las pequeñas historias que se me ocurren y que además te gusten. Valoro mucho que te hayas molestado en pasarte por aquí. Me has alegrado la tarde, te lo aseguro.
Me acuerdo mucho de vosotros. Espero que estéis todos bien.
Un abrazo grande y recuerdos a todos
Todo esfuerzo es poco para sacar a un hijo adelante aunque, en principio, parezca casi imposible.
Tu esperanzador relato hace honor al color verde, que en este caso es la estrella que guía al padre para reunir los medios que en un futuro harán del chico un Nobel.
Una historia en progresión, que deja buen sabor de boca.
Saludos cordiales, Ángel
El padre sabe que cuanto más vea apagarse esa luz verde del taxi, más ingresos obtendrá y más oportunidades de sacar adelante a su hijo, con problemas por un lado, pero también con oportunidades por otro. En uno y otro caso el vil metal es necesario. La madre también pone lo suyo y no es poco.
Muchas gracias, María Jesús
Saludos
Me ha gustado el relato, original y bien contado. Y, sobre todo, me encanta el uso que has hecho del verde, tomando un detalle que es toda una declaración de principios. Esa lucecita verde esperanza que es benéfica cuando está apagada. Un abrazo y suerte.
El verde luminoso en un taxi es esperanza; al apagarse, torna en satisfacción. Un tono que, compartido con el trébol de la suerte, puede ser mucho más que un simple detalle, una razón para seguir adelante haciendo caso omiso al desánimo, sin acobardarse ante el destino por adverso que parezca.
Muchas gracias, Antonio.
Otro abrazo para ti
Una clavada descripción del síndrome envuelta en una dura ternura.
Una vez más, enhorabuena, Angel.
Cuando la ternura desaparece, más aun cuando hay un niño implicado, la vida se vuelve demasiado áspera y cuesta arriba. Las circunstancias no siempre pueden elegirse; por suerte, la actitud sí, que es lo que de verdad importa.
Muchas gracias, Álvaro.
Un abrazo
Hola, Ángel. tu relato, que me parece excelente, me lleva a plantearme la pregunta clásica de si el fin justifica los medios. En este caso es indudable que el beneficio colectivo, supera con creces el sacrificio particular y no seré yo quien juzgue el comportamiento individual de los protagonistas.
Una magnífica muestra de tu arte y oficio narrativo. Un abrazo.
Ángel, a veces me pasa que sin terminar de corregir la redacción del comentario y de los errores ortográficos o mecanográficos que haya podido cometer en su escritura, pulso sin querer «ENTER» y después de eso, en este espacio, ya no se puede corregir. Me da vergüenza que queden escritos, como en el anterior comentario, una minúscula después de un punto, o una coma que debería haberme comido. Tengo que comentarle a JAMS que habilite una función de EDICIÓN para evitar que estas monstruosidades, que hacen daño a la vista, queden impresas en estas páginas digitales.
Reitero el abrazo.
La entrega y el sacrificio por un hijo es una de las actividades más nobles, sin duda, que en principio no parece superar el ámbito particular de una familia. Sin embargo, somos seres sociales que vivimos en colectividad y, de alguna forma, todo lo que se siembra acaba repercutiendo en ese devenir colectivo que compartimos.
Las dichosas erratas persiguen a todos los que juntan letras de forma inexorable, desde el autor más reconocido a nivel universal hasta el último aficionado. Esa función de «Edición» que apuntas estaría bien, desde luego, lo que no sé es si sería posible.
Muchas gracias por tu lectura y por tu amable comentario, tocayo. Un abrazo
¿Y que no haríamos por un hijo?
Tu relato tiene un maravilloso final, ese hijo que consigue grandes logros para la humanidad y esos padres que se sacrifican y saben a ciencia cierta que con ello están haciendo lo correcto.
Gracias por tus letras, Ángel y un abrazo
Por un hijo hacemos cualquier cosa. Solo eso, que sin duda es lo correcto, ya implica una recompensa. A veces, además, se dan las circunstancias para que ese buen proceder fructifique de la mejor forma posible.
Soy yo quien quiero darte las gracias por tu comentario y, por supuesto, también por tus buenas letras, Pilar
Otro abrazo para ti
Poco me queda que añadir a los comentarios que te han hecho ya, querido Ángel. Es un relato maravilloso, como suelen ser todos los tuyos.
Es muy necesario normalizar estas características que hacen especiales a ciertos niños. Yo tengo varios entre mis pacientes y veo todo tipo de actitudes en los padres, y por desgracia no todas son tan positivas como la de los padres de tu protagonista.
Un beso y hasta muy prontito.
Esas características especiales requieren, pienso yo, un esfuerzo constante de adaptación por parte de los propios niños (tarea nada sencilla de inculcar), como también de dedicación en lo que respecta a sus padres, además de comprensión por parte de todos. Tú sabes muy bien, infinitamente mejor que yo, que no siempre se dan las actitudes que deberían.Imagino los malos momentos que habrán de superar, aunque también la satisfacción de hacer lo que se debe y la alegría enorme que producirán sus progresos, siempre grandes, por pequeños que parezcan.
Mil gracias, Asun
Otro beso para ti y nos vemos pronto en esa buena tierra del norte.
No sabría decir cuál de los tres integrantes de la familia tiene mayores virtudes, aunque sí asegurar que todos llevan la forma de un molde excepcional del que solo salen grandes personajes. Perfecta también la historia, emotiva y con una trama que daría para un relato muchísimo más extenso, pero que tu asombrosa eficacia narrativa logra condensar en este pequeño formato.
Felicidades una vez más por este otro gran fruto de tu talento, Ángel.
Mucha suerte con él.
Un fuerte abrazo.
Todos somos diferentes y esa diversidad es lo que enriquece al ser humano. Cada uno lleva consigo luces y sombras, virtudes y defectos, pero si algo engrandece a cualquiera es la generosidad y la entrega, o eso me parece a mí. Esos padres, cada cual a su estilo, rebosaban de ambas cosas. El muchacho, por su parte, sobresale en superación, un motor fundamental que todos deberíamos llevar de serie. Los personajes tiene todo el mérito, un servidor solo trata de contarlo lo mejor que puede.
Mil gracias, Enrique. Estoy deseando leer el tuyo, y no exagero.
Un abrazo fuerte
Hola Ángel.
Preciosa historia, contada cómo sólo tú sabes hacerlo. Siempre disfruto leyéndote.
Un abrazo.
Ya sabes que tampoco me pierdo tus relatos, Ton. Me alegro de que te guste el mío.
Muchas gracias y un abrazo
Sorprendente giro final. Mucho.
Un final que trata de enlazar con los «sobrentendidos» del título. Me alegro de que no deje indiferente.
Agradezco mucho tu lectura y tu visita, Luisa
Un abrazo
Qué no haría una madre por salvar a su hijo… llegado el momento hasta yo me sorprendería, pero mejor no comprobarlo, 😉
Un relato precioso, Ángel, y a los que nos tienes acostumbrados.
Que este color verde te traiga mucha suerte.
Un abrazo.
Pensaba decirte que el título es magnífico, y que condensa ese final, pero cerré antes de hacerlo…
Otro abrazo.
A la hora de ayudar a un hijo se hace cualquier cosa, por supuesto. Esa actitud, en la gente de bien, viene de serie, como los accesorios de los coches nuevos. Solo habría que pedir que las circunstancias no se pongan tan cuesta arriba como para tener que llegar a situaciones demasiado extremas, como la sacrificada madre del relato. Como bien dices, «mejor no comprobarlo.
Los encuentros entecianos deberían de durar una semana al menos, para que nos diera tiempo a hablar todos con todos largo y tendido. Esta vez me ha faltado reírme contigo, que eres una alegría para todos. Habrá que ponerle remedio la próxima vez. Mientras tanto, es un placer leerte y una alegría que me leas también.
Muchas gracias y abrazos, Rosy
El trébol de cuatro hojas canalizó sus destinos, la esperanza, fe, amor y suerte se entrelazan en sus vidas, pero, sin duda, lo que sustenta esos cuatro pilares es el robusto tallo del sacrificio. Un micro genial, Ángel. Un abrazo y suerte.
Cuando se comparten valores y objetivos y las personas se hacen una piña todo parece posible. Cuando esfuerzos y sacrificios obtienen resultados todo adquiere sentido.
Muchas gracias por tu visita y tu lectura, Salvador.
Otro abrazo para ti
Con esa madre, y con ese padre, el hijo no necesitaba más tréboles. Tiene el mayor tesoro, esa familia que le apoya y le quiere, con todo lo que lleva implícito cada acto de amor.
Siempre es un placer leerte.
Un beso.
Caramba, como somos al
Menos dos, que sepas que soy Paloma Hidalgo, que no me ha identificado bien.
No hay mayor fortuna que la de poder contar con alguien que quiere y comprende.
Aunque no te hubiese identificado lo habría agradecido igual. Al saber que eres tú quien emplea un poco de su tiempo en leer y comentar te lo agradezco dos veces por lo menos.
Un abrazo
Un relato de amor muy bien contando. Duro pero por fortuna trebolado.
Abrazos
Los refranes son sabios y quizá sí sea verdad eso de: «Dios aprieta pero no ahoga». También, el dicho de que al final la vida le pone a cada cual en su sitio y que el trabajo siempre da fruto.
Muchas gracias, María. Abrazos
Ángel, como siempre, tu relato es el reflejo de un depurado trabajo para hacernos llegar un mensaje cargado de contenido de una forma sencilla, cercana, directa y, mágicamente, sorprendente, gracias a la información que no descubres hasta el final.
Un ejemplo de sacrificio y amor de unos padres hacia su hijo que se premia con un Nobel. Una recompensa no buscada, pero que el lector agradece.
Gracias, Ángel, por tus letras y por ser como eres.
Un abrazooo grande.
El amor y el sacrificio de los padres es algo que se da por hecho, pero no por ello deberíamos dejar de valorarlo. Y si no, que pregunten a quien no tiene la fortuna de contar con ello, su vida ha de ser mucho más árida. Los padres dan sin esperar nada a cambio. De una forma o de otra siempre hay resultados como consecuencia lógica, pero tampoco hay que desdeñar la magia y la carga emocional que esas relaciones conllevan.
Agradezco mucho tu comentario, Amparo, no menos que tus relatos, de los que este aficionado siempre aprende.
Otro abrazo grande para ti
Un relato con muchas facetas que muestra la coexistencia de las dificultades de comunicación y la genialidad. Y todo lo que ello puede llegar a implicar para las familias. El maldito destino las rompe con frecuencia y destroza a los afectados. Pero se puede superar con fe y sacrificio, si la familia resiste y se mantiene unida. Tu relato nos acerca a esa realidad y nos desvela al final, con crudeza, hasta donde se puede llegar para conseguirlo.
Un abrazo y enhorabuena, Ángel.
Sin quitar valor al individualismo que lo tiene, que la unión hace la fuerza es algo indudable en todos los ámbitos. La naturaleza es muy caprichosa y a veces concede dones por un lado, únicos, singulares, mientras que por otro niega lo esencial, como si una cosa fuera el precio a pagar por la otra. A ello se une que nada que merezca la pena se consigue sin esfuerzo, el talento solo de poco sirve.
Agradezco mucho tu lectura y comentario Josep Maria.
Un abrazo
Ángel, un relato genial. Tal vez el enigma de esta historia esté en ese trébol de cuatro hojas. Cada personaje ha sobrellevado las dificultades y ha sabido superarlas a su manera.
En ocasiones, como es este caso, es mejor sobreentender todo y no preguntar. El silencio es la mejor respuesta.
Has contado toda una vida de estos personajes de una forma sutil, pero como genialmente titulas, con tus letras hemos sobrenetendido todo lo que nos querías contar. Muy bueno.
Un abrazo enorme y mucha suerte.
El trébol de cuatro hojas simboliza la suerte, en este caso, donde parecía no haberla. A ello se aferra esa madre, haciendo de la dificultad y de una aparente mala noticia, una oportunidad, una apuesta en positivo. No solo no tiran la toalla, sino que, unidos, trabajan y se sacrifican, sin ahondar en ciertos detalles realmente difíciles por los que también deciden pasar, que quedan sobreentendidos.
Agradezco mucho tu lectura y tus palabras, Javier.
Un abrazo grande
¡Qué no harán unos padres por sus hijos! Sobre todo si se trata de un hijo tan especial como el de tu relato, que necesita de una dedicación y un esfuerzo mayor.
No hacen falta las palabras cuando los sentimientos se dan por sobreentendidos.
¡Enhorabuena por tu hermoso relato! ¡Mucha suerte, Ángel!
Besos muy apretados, amigo.
Por un hijo se llega al límite de la entrega y todo sacrificio es poco.
Cuando todo se sabe, a veces las palabras solo pueden estorbar, o hacer daño. La comunicación es necesaria, pero los sobrentendidos también.
Muchas gracias y un abrazo, Pilar
Ángel,
Estupendo relato, contado muy bien nos vas llevando por la historia hasta el final.
Qué no harán unos padres por los hijos, todo lo que esté en sus manos y lo impensable en casos de necesidad.
Un abrazo
Ante la necesidad y la contrariedad solo caben dos posturas: una, resignarse y no hacer nada. La otra, rebelarse y luchar, más todavía cuando se trata de un hijo, hasta llegar, como bien dices, a lo impensable incluso. En el amor total no hay fronteras y todas las reglas pueden romperse.
Muchas gracias y un abrazo, Blanca