36. Cuando ella llegue
Esta tarde de un otoño crepuscular aún le queda lucidez para salvar —al menos durante un rato— los albores de la estigmática dolencia con nombre de neurólogo alemán.
«Poco a poco lo veré todo más blanco», piensa mientras recopila lo que, bien o mal, le van adelantando. Blanco como el impoluto lienzo, como la indolente página en blanco del Word, como el alma cándida que le invade, como los inmaculados ropajes de los ángeles que cada tarde ve en los frescos de la capilla, como la bata del doctor que no se oscurece ni cuándo —como ahora— da una mala noticia.
Y le dicen que el blanco se hará cada vez más intenso, hasta el infinito, hasta cuando llegue ella.
—Cuando ella llegue y cada atardecer preocupada pregunte por sus niños, calmadla. Aunque se lo expliquéis mil veces nunca se creerá que ahora sean cincuentones. Simplemente calmadla. Cuando ella llegue y anochezca, querrá marchar a su casa sin saber que es justo allí donde está. Cuando ella llegue y os hable de usted, no desfallezcáis, simplemente estad allí. De tanto en tanto miradle a los ojos y pensad que, de alguna manera, esa profunda mirada blanca también es la mía.
Triste, pero es así. Un bco
Gracias Maite por tu lectura y comentario. Un abrazo.