78. La vida en blanco
Endulcemos el horror del mundo con un poco de azúcar, pensemos en la inmaculada belleza del blanco y no en la fealdad recalcitrante de los colores. Dejemos que la inocencia nos conduzca como si fuéramos niños caminando por impolutas y blanquísimas playas. Convirtamos las sombrías mentiras en luminosas verdades, aquellas que deslumbran el entendimiento y desafían la razón. Movámonos, dejemos la apatía y adelantémonos al proscenio de nuestras sosas vidas. Imaginemos por un momento que nos curamos de una vieja dolencia y de pronto florecemos con una renovada inocencia. ¿Seriamos capaces de despojarnos de la hostilidad del hombre? ¿Llenaríamos de altares y danzas este soterrado planeta? ¿Bailaríamos de nuevo con túnicas de inmaculada pureza? Seamos atrevidos y atrapemos blancas y luminosas estrellas, solo aquellas que navegan entre nubes, como si fueran azahares de novia. Dejemos de pensar en oscuras ceremonias, ¿o no están cansados de arrastrarse gozosamente en la inmundicia? ¿No les gustaría volar entre una cristalina bandada de aves blancas? Cerremos los ojos, pues la belleza permanece dentro de nosotros, afuera y adentro, y dejémonos llevar por esos cisnes, aquellos que viajan lento, para que puedan paladear pequeños sorbos de eternidad.