55. EL ENIGMA DEL RÍO AMARILLO (Rafa Olivares – EdH2019)
Tao Weng-Xu, doctor en etnografía por la universidad de Beijing, dedicó su vida a un único propósito: descubrir el origen del color que daba nombre al río Huang He. Murió con noventa años sin haberlo conseguido.
Averiguó que durante la dinastía Han, 206 A.C., desde su nacimiento hasta la ciudad de Yinchuan, 2.500 kilómetros después, era conocido como Da, río Negro. Y era a partir de Yinchuan cuando se le llamaba Amarillo. Cada una de estas denominaciones se correspondía, obviamente, con el color de las aguas en sus respectivos tramos. Parecían oscuras por sus fondos rocosos de basalto hasta llegar a Yinchuan, adquiriendo después la tonalidad ocre sin que se conociera su causa. Descartó que se debiera al depósito de limo de cuarzo o a la proximidad de campos de maíz, como afirmaban investigadores poco rigurosos. Tampoco creyó la leyenda que la atribuía al dragón K’au-fu, al sumergirse en sus aguas montado en uno de los diez soles.
En su cuaderno de campo, Weng-Xu había anotado muchos datos sobre Yinchuan, como cuántos tuk-tuk circulaban en 1960, el millón de habitantes de 1823 o que el alcantarillado y depuración de aguas no se acometiera hasta mediados del siglo XX.
A veces, perdida a un mar de datos, se encuentra la respuesta a la pregunta que se busca y permanece tapada bajo cientos de posibilidades; o quizá es que esa respuesta no es lo glamurosa que se esperaba y resulta más elegante afirmar que todo se halla envuelto en un misterioso y fascinante enigma insondable. Que las aguas menores proporcionen la tonalidad y el nombre a un río no es algo demasiado seductor y vendible, es mejor pensar en la leyenda de un dragón, o en la presencia de minerales. Como dijo Serrat: «Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio».
Un relato con la perfecta apariencia de un estudio histórico sesudo, con un final que se aleja de lo que podría ser prosaico, para vestirse de una elegancia que todo lo descoloca con una sonrisa.
Un abrazo y suerte, Rafa
Lo más obvio parece camuflarse cuento esperamos complejas explicaciones. Quizás Weng-Xu conoció pronto la verdad pero prefirió ocultarla por pudor o por temor a Mao Tsé Tung, al que no supondría preparado para digerirla.
Gracias, Ángel, por tu afinados comentarios.
Abrazos.
Pues yo solo me atrevo a decir que, con los datos del doctor Weng-Xu, en Yinchuan hay algo que huele muy mal. Felicidades por este aromatizado relato, Rafa. Un abrazo
Ese Weng-Xu parece que era bueno recopilando datos, pero no tanto analizándolos y sacando conclusiones de ellos. En cualquier caso parece ser que, aunque sin saberlo, contribuyó a aclarar el enigma, así como seguramente también a colorear las agujas del famoso río.
Enhorabuena, maestro Olivares. Un placer siempre leer tus relatos.
Abrazos.
Gracias, Enrique. Probablemente, Weng-Xu dejó sus notas en la libreta de campo por si con posterioridad algún avezado lector pudiera dar con la solución al misterio.
Abrazo.
Sí, esas aguas no están claras.
Gracias, Juana.
Un beso.
Pablo Carbonell, líder de Toreros Muertos, todo un visionario.
«Sale de mi, un agüita amarilla, cálida y tibia…».
Siempre grande, Rafa.
Seguro que estuvieron de gira por China.
Gracias, SuperModes.
Abrazos.
No se puede hablar de caquita y pis de forma más fina. 😀
¿Quién dijo que la escatología no podía estar en un microrrelato?
Gracias, Edita. Fue un placer conocerte en Betanzos.
Un gran observador el sesudo doctor Weng-Xu. Y muy elegante en sus apreciaciones, como tu prosa, que pasa leve sobre el verdadero origen del color de las aguas.
Elegante e irónico, Rafa. Gran relato.
Un beso
Hay que evitar herir sensibilidades sin renunciar a contar la realidad.
Besos, Carmen.
Gracias por la sonrisa!!!!
Una sonrisa es mucho.
Gracias, Luisa.
Un beso.
Qué relato más bueno a la par que maloliente… ja, ja, ja.
Suerte y un abrazo, Rafa.
Si leyendo el relato percibes los olores es que eres sinestésica. Entonces mejor leer cuentos que hablen de flores y de perfumes.
Gracias, Rosy.
Un beso.
Un relato plagado de grandes cualidades. Puedo apreciar un texto documentado, con una terminología adecuada, bien ensamblado, pulcro y muy equilibrado; coronando ese riguroso discurso de carácter científico con esa sutileza final que consigue una verosimilitud incuestionable. Sí, yo también sonreí al final. Un saludo, Rafa.
Exceso de cualidades para un tema tan prosaico, pero si te ha provocado una sonrisa ya mereció la pena.
Gracias, Bea.
Un beso.
Mira que es creíbleeee. Plas, plas, plas, requeteplás. Qué sutil y elegante… Me ha en-can-ta.do y me ha hecho reír. ¡Grandeeeee!
¡Suerte con él!
Besosss
Y tan creíble, si está avalado por la ciencia. Unas risas ya son el mejor premio.
Gracias, Nuria.
Besos.
Me quedo con las risas. Al leer por primera vez me pareció muy sesudo el asunto pero me dije, «es bueno aprender», después leyendo los comentarios ya he comenzado a reír sin parar…»no hay nada como aprender», volví a repetir. Un beso.
Llevando mi firma no puede ser nada sesudo. Las segundas lecturas, las de saboreo, son las mejores. Feliz de haberte provocado unas risas.
Besos, Maite.
Aunque algo huele muy mal en tu relato, lo cuentas con tanta ironía que nos dejas con una sonrisa amarilla.
Buen relato, Rafa. Te deseo mucha suerte.
Besos apretados.
A veces los relatos, además de la vista, activan los otros sentidos, y el del olfato también cuenta, claro.
Gracias por comentar, Pilar.
Un abrazo.