90. Ardió el Sol (Mar González)
Hoy lo veo todo amarillo. Desde que recibí esa llamada de teléfono, he limpiado mis gafas mil veces y me he frotado los ojos. Pero nada. He ido andando en modo autómata de un sitio a otro hasta llegar a ti.
No es lugar para vernos, he repetido demasiado. A ti, la primera. Que mira que citarnos aquí… Y, después, a muchos de los que han ido llegando. Algunos conocidos y otros cuyos nombres no me dicen nada. Eso sí, a todos los veo teñidos de amarillo.
A ti estas cosas no te pasan. Tú no te olvidas de nadie. Siempre atenta a los detalles, arrimando el hombro, siempre con una sonrisa en los labios y dejando una estela brillante.
Antes no la veía. Hoy la he visto en cada persona que se ha acercado con un abrazo, en cada historia que me han contado, en cada gesto, en cada lágrima.
Alguien ha parafraseado a Nicolás Guillén, “ardió el sol en sus manos, que es mucho decir; y lo repartió, que es mucho decir”. Y yo me he quedado sin palabras, viendo todo amarillo, y sabiendo que, aunque se apague el sol, nos queda su luz.
Todos estamos marcados por lo efímero. Aunque no queremos tenerlo demasiado presente antes o después dejaremos el mundo que hemos conocido. Ante una realidad tan inexorable como cierta solo podemos hacer una cosa: aprovechar el tiempo concedido y dejar buena huella. Esos palabras de Nicolás Guillén no pueden ser más oportunas ni más esperanzadoras en un relato que narra una pérdida repentina, con su sepelio, pero que lejos de ser triste anima a la vida.
Un abrazo. Que pases un buen verano con tus chicos y suerte
Qué manera más delicada de hablar de un sepelio. Un beso.