115. APRENDIZ
Dicen que los recuerdos de la infancia se reviven en un amarillo oro y que en los sueños lo vemos todo en blanco y negro. Entre ambas realidades hay una verdad pasajera, intangible e inaprensible. Es un ámbito sin tiempo pero lleno de pasión, es ese momento en el que habita toda mi ansiedad.
Gran parte de mi vida la he dedicado a cazar instantes para otorgarles el regalo de la permanencia. He cargado con mis cámaras por medio mundo. Son muchas las imágenes que invadieron mi retina, algunas menos quedaron impresas en papel cuché.
Yo nací en un señor pueblo que tenía cura permanente, cuartel de la Guardia Civil y un fotógrafo que además era mi tío. Él me enseñó a usar la cámara. Aprendí de películas y químicos, de luces y sombras. Con él hice mis primeras fotografías.
Hoy he regresado para rendir homenaje al maestro. El pueblo está enfermo de olvido y se respira polvo agostado y adioses. En el cementerio es donde encuentro lo mejor de su obra: Todos los rostros de los vecinos que él fotografió ¡Una magnífica exposición permanente!
La sorpresa ha surgido al descubrir, agradecido, en su lápida uno de mis primeros retratos.
Bonita sorpresa final. Bien narrado este homenaje. Un beso.