26. Ahorro en la sangre (Manuel Menéndez)
Aguardamos mientras la chica aplicaba hielo con cuidado sobre los agrietados labios de su madre. Mi compañero resoplaba impaciente, pero me bastaba contemplar aquel cuerpo magullado para no sentir prisa por buscar al desaparecido. La pequeña era apenas una adolescente, marcada por cicatrices que pregonaban que nuestro hombre no usaba los puños tan solo con su esposa.
Cuando pasamos a la cocina, la muchacha repartió polos color rosa entre sus hermanos pequeños antes de contestar a nuestras preguntas. No, no sabía dónde estaba su padre ni le importaba. Después de darle la paliza a su madre se había largado y no habían vuelto a saber de él. Lamiendo su helado, nos dijo que no necesitaban ayuda de los servicios sociales, que tenían lleno el congelador y que mamá podría levantarse en breve. Sonriendo, añadió que su padre solo les había enseñado a esquivar golpes y no despilfarrar comida. Cuando nos levantamos, nos ofreció uno de aquellos helados. No culpo a mi compañero por aceptarlo. Hacía calor y era demasiado joven para percibir la expresión de triunfo en los ojos de la chica, el olor a lejía del fregadero y la certeza de que nunca encontraríamos el cuerpo de aquel miserable.
Sublime, helador microrlato
Seguro que el helado no solo era refrescante, sino también nutritivo. A veces es mejor no saber, pero siempre hay alguien con curiosidad innata y capacidad para atár hilos y comprender el motivo de las ausencias, las huellas físicas y las actitudes.
Ninguna muerte debería ser motivo de júbilo, pero algunos indivlduos logran que su desaparición sea acogida con alivio cuanto menos.
Un relato que evoluciona desde un rosa desleído, tan solo apuntado, al «black» más negro, con un final que sorprende, entre sobrecogedor y justo.
Un abrazo grande, Manuel. Suerte.