85. Lo eterno y lo perecedero
Nunca falta una rosa en la mesita de noche de esa mujer. La razón es lo de menos, aniversarios, muestras de amor o regalos sorpresa hacen posible que la flor siempre tenga su reemplazo. Un día el hombre le compra una rosa que no se marchita. Es hermosa y colorida, pero ella echa de menos las otras rosas, las que la hacían estar pendiente cada día hasta que se les secaba el último aliento. Al mismo tiempo, no quiere que le regale más, pues no podría soportar ver como se estropean al lado de una rosa eterna. El amor de alguien que quiere y no quiere que le regalen rosas es un amor imposible. El hombre se abandona a la melancolía y pasa los días sin ser nadie, malgastando su existencia, incapaz de entender que como ocurre con las rosas, lo que le da valor a la vida es saber que con el tiempo se nos marchita.
Un relato cargado de simbolismo y sabiduría vital. Nada es eterno, tampoco el amor, aunque a veces lo parezca, pues necesita ser renovado cada día. Por otro lado, vivimos sin pensar que tenemos un final. Recordar algo tan obvio, lejos de amargar la existencia, como bien dices, le otorga valor y nos da idea de la importancia de aprovechar el tiempo concedido.
Un relato a la altura de las buenas fábulas clásicas.
Un abrazo y suerte, Lluís
Gracias por la lectura y tu comentario, Ángel. Me ha resultado interesante ver tu interpretación fabulística, pues no comencé a escribirlo particularmente con esa idea, esta vez el relato fue casi surgiendo a medida que lo escribía.