05 ¿Por qué no puedo?
La había perdido y no había podido llorarla. Tuvo que ser fuerte mientras le sostenía la mano, marrón y marchita, en la clínica. Su hermana menor estaba allí con ambos, no podía verlo destruido. En el velorio sus otras hermanas, las mayores, lloraban desconsoladamente; él tan solo las abrazaba, no podía decir nada.
Luego de esto, siguió la rutina. Felipe tenía cuarenta años, esposa e hijos. Era un hombre y los hombres no lloran.
Bueno, esto era lo que él se repetía para convencerse. La verdad era que necesitaba largar ese dolor lo antes posible. También necesitaba un abrazo, que su esposa le dijese que todo iba a estar bien, que esa angustia que sentía en la boca de su estomago se iba ir y que iba a poder seguir adelante. Buscaba el momento pero no había ninguno.
Una noche no aguanto más. Se puso de costado, se puso la almohada sobre su cabeza y rompió en llanto. Su esposa se sorprendió. Desde que se casaron no lo había visto llorar ni una sola vez.
—La extraño mucho, amor. No sabes cuanto.
Ella lo abrazó mientras recordaba con nostalgia a su suegra.
Hola Ana, he leído más de una vez tu relato y… no sé…no acabo de comprenderlo muy bien. A mi modo de ver, parece que ese hombre estaba enamorado de su suegra, pero, no sé si mi interpretación es correcta.
La primera parte es confusa, con esas mujeres ahí, que imagino tiene un papel y un sentido, pero que no acabo de pillar.
A veces, cuando escribimos, una escena que está muy clara en nuestra mente, está muy confusa para el lector.
Deseo que estés pasando buena tarde y que disfrutes de los días. Un saludo.
Buena descripción del dolor reprimido por la muerte de una madre muy querida. No importa el sexo ni la edad, a una madre siempre hay que llorarla.