42. La correa de hierro (Nacho Rubio)
No he pegado ojo en toda la noche por culpa de unos ladridos en el jardín de los vecinos de enfrente. Por la mañana me acerco a su casa, llamo a la puerta.
–Su maldito perro –les increpo–. ¿Cómo le dejan atado ahí fuera con este frío?
Estoy ojerosa, muy molesta. Me miran incrédulos.
–Mendel se fue hace una semana –dice la madre.
–Se volvió loco y tuvimos que dormirlo –agrega el padre.
–Por culpa de la correa de hierro –les reprende el hijo con voz colérica.
Me disculpo, me alejo abochornada. Al fondo del jardín la caseta vacía, arena revuelta, encima una pequeña cruz y flores marrones mustias.
Por la noche vuelvo a escuchar ladridos. Y al día siguiente. Cada vez más desesperados.
Salgo al fin de la cama, me enfundo una manta sobre el camisón y me encamino de puntillas hacia la casa de enfrente. De la caseta abandonada sobresale una gruesa correa. Se agita como una culebra metálica, furiosa. Me acerco con cautela, recibo dos latigazos, caigo al suelo, me incorporo, la persigo, consigo al fin sujetarla, desabrocho la hebilla. Una ráfaga me lame el rostro y se desvanece.
Pasan los días.
Han cesado los ladridos.
Desasosegante. Engancha. Me encanta.
Como dice Edita, tu relato engancha, impone desde el título hasta ese párrafo final tan emotivo y esclarecedor. Para mí y hasta el momento, uno de los mejores relatos de la edición. Mucha suerte y un abrazo.
Muy bien pensado y narrado, con esa intriga que acompaña hasta el final.
Para mi, además de ser una historia, es una lección de vida.
No pongamos correas ni atentos a nadie de ninguna manera, ahogamos sus ilusiones, limitamos su amor, encarcelados su vida.
Liberación a todas las ataduras.
Buen mensaje.