63. Encuentro
Sus pensamientos se mimetizaban con el color marrón de los muebles del salón, del desvencijado sofá y de los marcos de la puerta y las ventanas. Solo un rayo de luz del atardecer que se colaba entre los visillos rompía el monocromo escenario de aquella tarde en que notó su presencia.
Se acercó a ella (y dejó que se acercara hasta tocarla) y la abrazó (y se dejó abrazar hasta envolverla).
Desde entonces nunca le abandonó la soledad.
Triste compañía la soledad. No hay abrazos más envolventes. Se respira en el ambiente que has creado.
Gracias Edita.
El marrón es un color triste, y crea ambientes propicios para la soledad, para la quietud.
Por paradójico que pueda parecer, la soledad también es compañía. Ya decía Machado aquello de «converso con el hombre que siempre va conmigo». No conocemos las circunstancias de tu personaje, pero sí su elección; él ha elegido abrazarse a la soledad de forma voluntaria, es fácil suponer que a ello le han conducido malas experiencias previas con otros semejantes, además, tal vez, de un cansancio vital.
Un relato que es existencialismo puro, triste por un lado, aunque también con la sabiduría que proporciona la resignación. Tu protagonista qui dejar de sufrir y eso, como poco, es algo muy respetable.
Un abrazo y suerte, Ezequiel.
Así es Ángel.
Siempre pienso que la soledad buscada es la mejor compañía, y la soledad impuesta lo más doloroso. Son las circunstancias que la originan, la búsqueda que la ha propiciado y el tiempo en que la sufrimos, o disfrutamos, lo que marca la diferencia.
A veces la soledad se funde consigo misma para acompañarse. La nostalgia emergente del texto da paso a una esperanza sutil al cerrarse el encuentro.
Me ha gustado.
Se cierra un círculo cómodo y autocomplaciente, siempre y cuando te permitas salir de él.
Gracias por tu comentario.
Amé tus descripciones, me encantó el relato.
Gracias. Un abrazo.