67. Una historia de violencia
La ciudad tenía un brillo irreal que hendía el aire con destellos amarillos. Los tejados, las fuentes, hasta las vajillas eran de oro. La plata, sin apenas valor, se usaba para pavimentar las calles. Los españoles lloraban, se santiguaban, habían encontrado el dorado. El conquistador Gonzalo de Mendoza mandaba aquel puñado de soldados agotados tras semanas de marcha. Tras las fatigas pasadas, se entregaron a una vida disipada y tomaron concubinas, seguros de que el ojo divino no alcanzaría tan lejos. El mismo Mendoza tomó como amante a Itzel, la hija del cacique, una retinta altiva a la que llamaba «mi conejilla de indias». Le hablaba de la nieve, de los campos de trigo de Castilla, de las poderosas naos españolas que surcaban los mares. Cuando le dijo que estaba harto de aquel agujero de paganos, y que partiría lo antes posible llevándose todo el oro, ella organizó una fiesta de despedida. Preparó un licor de bayas que los españoles bebieron con mucho placer. Una hora después agonizaban. Lo último que vio Mendoza antes de notar los efectos del curare fueron unos ojos marrones como el cacao mirándole fijamente. – Me llamo Itzel, le dijo.
Me temo que tendría que haber averiguado primero qué significado tenía ese nombre, me da que tenía su importancia.
Violencia tiene el relato, ya lo creo, pero no es la hija del cacique la más violenta, no.
Me ha gustado mucho Lucas. Un saludo.
Gracias por leerlo y por comentar, Maribel. Abrazo cántabro