81. Nature morte
A la de tres se abalanzaron casi todos sobre la mesa del profesor de dibujo. Los primeros lápices de colores en desaparecer fueron el bermellón, el rosa y el amarillo, los azules celeste y marino. Dejados de lado, con pocas aspiraciones, se resignaban a la soledad el verduzco botella y un marrón hojarasca. Pasó algún tiempo antes de que la muchacha con cojera llegara al escritorio. Sentía las miradas rastreadoras de los demás niños posadas en la muleta que le permitía caminar. Se dio prisa en introducir en el bolsillo de su atuendo a los dos supervivientes de la criba. A ella no le molestaba porque desde hacía semanas sus láminas eran todas iguales. Y tal vez en esta ocasión, con esos tonos aún se acercaría más al oliva de los uniformes militares y hallaría el cobrizo de las bombas de racimo que cayeron aquel día sobre la aldea ahora tan lejana.
Los colores apagados pueden ser un signo de mal agüero, el tono que tiñe escenarios tenebrosos o tristes, o las dos cosas, como del que procede esta niña, a quien no le importa conformarse con lo que le dejan, cualquier cosa mejor que volver al infierno. Esos pigmentos definen muy bien el horror del que ha escapado; no olvidándolo, valorará siempre lo que tiene, su propia supervivencia, aunque sea con secuelas.
Un relato emotivo con un título que le viene a medida.
Un abrazo y suerte, Mei
El título, precioso, resume y significa el relato, también hermoso. Con verdes oscuros y marrones sabrá esa pobre niña pintar el mejor bodegón posible.
Verde y marrón, colores de la naturaleza muerta y también del verde militar que tiñe el dibujo y la experiencia de la niña, experiencia que la deja marcada de por vida, de ahí que no haya podido abalanzarse sobre los colores «más felices»… A veces la mejor manera de olvidar, de mitigar el dolor, de sobrevivir es, paradójicamente, adentrarse en el recuerdo…
Un micro dolorosamente bello… Me encantó, MEI, felicidades.
Cariños,
Mariángeles