99. Gorrión común, humano común (marrón y gris) de Mel
La tormenta lo estrelló contra mi ventana y empapado y herido me miraba aterrorizado tras el cristal. Él no lo sabía, claro, pero ningún mal recibiría de mí. Se refugió en la esquina del alfeizar. Sacudió la lluvia de un ala, la otra permaneció inmóvil. Esperé a que amainase para rescatarlo, pero el viento racheaba fuerte y comenzó a granizar. Quedó allí quitecito envuelto en sí mismo. Oscurecía y me fui a dormir con el propósito de levantarme temprano. Acostada, escuchando el viento y aguacero, imaginé cómo acomodarlo en una caja de cartón con trapitos, y recordando que había visto una clínica veterinaria muy cerca, me quedé dormida. La luz del día me despertó, me vestí deprisa y sin apenas desayunar vacié una caja de galletas que rellené con servilletas de papel. Abrí la ventana pero la masa de plumas mojadas no se movió. Solo puede recoger sus restos y tirarlo todo. ¡Si hubiese aguantado un poquito más! La radio anunció más ventiscas para hoy, recuperé la caja de la basura y sonreí pensando en la de gorriones que hay en la ciudad.
Tristemente tierno, definiría a tu micro, Mel. Llega al corazón, porque nos haces identificarnos con el infortunado pajarillo.
Un besito virtual.
Los animales, a quienes consideramos inferiores, por creernos dueños y señores de la creación, deberían despertar en nosotros sentimientos de piedad y compasión, al ser nuestros iguales, por muy evolucionados que seamos o nos creamos. Tu protagonista tuvo la inquietud de salvar a un pajarillo, pero no llegó a tiempo. Si se vuelve a dar un caso parecido seguro que actuará mejor. Me has recordado que, en ocasiones, he recogido jóvenes gorriones caídos y desvalidos y he intentado que salieran adelante, pero siempre han muerto pronto, pese a mis cuidados y buena intención.
Me alegro de que saques tiempo, pese al Monstruoscopio y todo lo demás, para escribir. Tienes mucho mérito.
Un abrazo, Mel. Suerte