13.- Veinte por dos mil quinientos
Me impuse varias rutinas: dormir al menos siete horas, ejercicio moderado cada mañana y relax meditativo durante quince minutos en el parque. Desayunos sanos y duchas de agua casi fría. Nada de televisión, como mucho algo de radio. Y una vez en harina, crear fichas de los personajes, redactar guiones, anotar en borradores…
Pero ni leches. El jodido síndrome del maldito folio en blanco regresaba antes que yo al escritorio y lo ocupaba durante días, a veces semanas. ¡Horror!
Hasta que ideé una solución. Creativo que es uno… Telefonazo a la papelería, y en dos de días ya tenían preparado mi pedido. Coche, y a por ello. El maletero, lleno. Las demás, en el asiento trasero. Encargué veinte, para empezar. De vuelta, aparco en doble fila. Subirlas con prisas al tercero, una odisea. Pesan horriblemente. El ascensor tuvo mejores tiempos, como la cuenta corriente de la comunidad. Y como yo.
Una vez recuperado, desperdigo las cajas por el estudio y abro la primera. Coloco varios paquetes cerca de la mesa. Encuentro un bolígrafo nuevo. Pongo algo de música suave. Me siento optimista, esperanzado.
Han pasado semanas, y continúo aquí sentado. Sigo en blanco, rodeado de cincuenta mil folios azul ártico…
Cuando la fuente de la inspiración se cierra, no hace falta más que sucumbir a ella para crear un relato tan veraz. Cuántas veces hemos querido expresarnos y el vacío ha llenado los folios en blanco. Vacíos que llenan, como este relato. Un saludo Álvaro.
Sí, así es Cristina. Tienen que alinearse tantas variables para que fluya la dichosa inspiración…
Muchas gracias por tu amable comentario, y suerte con tu relato (y con las musas!)