42. Frenesí
El añil del atardecer secuestraba la colada y ella acudió a rescatarla. Mientras franqueaba la verja que conducía al huerto, unos destellos lapislázuli le llenaron los bolsillos del mandil, el cárabo ululaba como un fantasma, Sirio encendía la linterna. Y era en esa hora bruja cuando deseaba con más añoranza los abrazos. Se sentó en el poyo de ver las estrellas. En una niebla de ensoñaciones y ambrosía por el licor de moscatel le pareció sentir las caricias deseadas de unas manos que la condujeron con suavidad para acorralarla entre los laberintos de la ropa de cama tendida. El cuerpo, que se le antojaba vigoroso, la apretó entre las sábanas recias; la meció en un vaivén de cuna para adultos; le susurró ayudado por el pentagrama del viento aquellas palabras inconfesables que siempre le hubiera gustado oír. De mañana la llamaron las cabras de ubres llenas y el lebrel. Se despertó encima de la hierba, trenzada con ramas caídas del membrillero, envuelta en la colcha de lino, con un almohadón por bufanda y una frazada a los pies; ebria de un amor inventado, los labios húmedos de besos de escarcha y un carámbano prendido en el pelo.
¡¡¡Qué preciosidad!!!
Qué relato más bonito, me ha llegado al alma.
Un abrazo.
Gracias, Virtudes.
Un auténtico delirio poético. Precioso. Un abrazo .
María José, gracias por comentar.
Bonito y bueno tu relato, Mei.
Besito virtual
Agradezco tus palabras, María Jesús.
Hola, Mei.
Maravillosa prosa poética. Me ha encantado. Felicitaciones.
Un cálido abrazo.
Precioso relato, lleno de ternura en esa búsqueda eterna y universal de amor.
Muy, muy bonito. Qué estilo tan dulce! Enhorabuena
Qué bonita la forma en que cuentas ese amor imaginario. La escena final, cuando despierta por la mañana es preciosa. Enhorabuena.
Feliz noche Mei. Besos.
Ángel, Gloria, Sonia, Mercedes, gracias por pasaros y comentar.
Un abrazo