6. El lenguaje de las flores
«It is not, of course, the desire to be beautiful that is wrong but the obligation to be—or to
try.» Susan Sontag en A Woman’s Beauty (1975)
Rosalía no era una rosa cualquiera. El distinguido porte de sus coloridos pétalos y su tallo largo, recto y con elegantes y afiladas espinas la hacían destacar entre sus hermanas. Si dijésemos que se sabía hermosa estaríamos atribuyéndole una humildad de la que, ocupada como estaba por otras virtudes, carecía. Se sabía la más hermosa y quería que las demás también lo supieran y la imitaran, pues adoraba ser el centro de todas las miradas. Tan preciada de sí misma estaba que incluso reñía a las más jóvenes por crecer desgarbadas y abrir sus flores con osadía o beatería según las ocasiones.
Un día de primavera, cerca de Rosalía, nació Rosaura. Eran como el día y la noche, como la luna y el sol. Rosaura, pequeña, sencilla, humilde y discreta, era débil ante la poderosa influencia de su compañera, que la convenció para que, en un terrible esfuerzo, intentase revestir su belleza.
Poco después, el jardinero podó una rosa joven pero consumida y, antes de irse, contento por su trabajo, sonrió ante el rocío que cubría a Rosalía, que lloraba desconsolada pensando que quizás estuviese mal ser o querer ser bella… De nuevo, como tantas veces antes, Rosalía se equivocaba.