7. Entre lo horrible y lo sublime (Javier Igarreta)
Nunca se sintió especialmente atraído por la pujanza de los verdes primaverales, ni tampoco por la blanca y estática placidez invernal. Lo suyo, lo que de veras le ponía al borde de la experiencia mística, eran atardeceres como el de aquel día, uno de los últimos del tórrido verano, con el sol lamiendo con su lengua ígnea el alma decadente de la floresta, en un climax visual de rojos, amarillos y ocres. Absorto como estaba en aquel trance, no se dio cuenta del pequeño fuego que iba tomando cuerpo cerca de allí.
Pese a que el incendio fue adquiriendo virulencia y abarcando más y más espacio, una irresistible atracción le dejó paralizado y con la mirada clavada en el baile de lenguas de fuego que se extendía ante sus ojos. Ni el cercano crepitar de las llamas, ni el calor sofocante lograron sacarlo de su fatal marasmo.
Cuando por fin fue rescatado, medio quemado y sin vida, aún se pudo ver grabado a fuego su último gesto, a medio camino entre el asombro y el horror, como una patética máscara escapada del infierno de Dante.
El concepto de belleza es subjetivo, de ahí que no haya uno solo, al igual que existen tantos gustos como personas.
Tu protagonista sentía una gran atracción, que resultó ser fatal, hacia el ocaso, la tonalidad anaranjada y rojiza que emite el astro rey cuando declina, comparable con las llamas de un incendio que, antes de apagarse, emiten destellos intensos, cantos de cisne tras los que solo quedan oscuridad y cenizas.
A menudo se equipara el paraíso, la hermosura más sublima que pueda concebirse, con el cielo celeste y claro, al tiempo que su contrario, el averno, está compuesto de fogonazos. En términos estéticos el primero no tendría que ser, necesariamente, más hermoso que el otro. El fuego tiene un poder hipnótico indudable, capaz incluso de trastornar algunas mentes, los pirómanos e incendiarios son una realidad.
Un relato muy original para comenzar el año, que deseo que sea lo más feliz posible para ti, Javier. Un abrazo
EdH2020