449. ¿AMULETO?, de Fresno del Río
Cuando el sol se besa con el horizonte el bosque se torna misterioso, la humedad recela de los helechos y las oquedades de los árboles parecen terribles ojos, el lobo aúlla y la lechuza ve lo invisible. La noche se nos había echado encima, haciendo imposible encontrar el camino de regreso. Te miré asustada, pero ni te vi ni me viste.
Hacía frío allí y nuestros cuerpos temblaban bajo las ligeras ropas de verano como pequeñas hojas otoñales empujadas por el viento, pero ése no era el único motivo. Uno buscaba a tientas la mano del otro para infundirnos seguridad y un poco de calor, mientras lamentábamos no haber aprendido a trepar como enredaderas.
Un ruido sonó a nuestras espaldas y nos separamos. Corrí, tropecé, me arañé, me levanté, lloré y rodé… Debí de perder la consciencia.
Amanecimos en el fondo de un barranco a escasos metros el uno del otro. Me encontraron de madrugada aferrada a un tronco y cubierta de musgo, tierra y hierbas, pero al fin y al cabo… ilesa. Lo poco que quedaba de ti, apretaba con fuerza en su mano un pequeño amuleto que yo solía llevar conmigo y del que siempre te burlabas.