63. PERFECCIONANDO A DAVID (Belén Sáenz)
Recién abierto el museo, lo creas o no, sólo hay alguna pareja oriental enamorada. Monjas —siempre tres—. Y yo.
Son apenas las ocho y el mármol de David parece recién aseado, casi fragante. Empiezo rodeando su pedestal con el eco solemne de mis propios pasos. A la tercera vuelta, con escorzo de cuello para no perderme ninguno de sus atributos, me siento algo mareada (notas de saxofón dentro de mi cabeza). Me quedo a un lado, porque la luz es menos hiriente, arrobada en la contemplación del pie flexionado, el vigor del muslo, el sexo inocente, el costado…
Hoy he observado de nuevo esa leve distensión en su costado. Respira, sí. Retengo mi propio aliento para no llevarme a engaño y me sitúo frente a la estatua en espera del estremecimiento del ombligo. La palpitación en la nervadura de las manos, la dilatación del pecho. Enseguida el ceño se desfrunce, las órbitas de los ojos cobran vida con un estupor sorprendido de siglos. «¡Habla!», le ordeno como hizo Buonarotti a Moisés, su hermano de cincel. El vigilante me chista. Aunque no quiero que me expulse ahora que estoy a punto de alcanzar la excelencia, le insisto en italiano: «¡Parla!».
Cuando se alcanza la perfección ya solo se puede buscar la excelencia. Tu protagonista sabe apreciar, como nadie, la belleza de una escultura mítica. De existir una persona capaz de lo que parece imposible, de hacer hablar al mítico David de Miguel Ángel, es ella. Queda para nuestra interpretación si se trata de un ensueño obsesivo de su imaginación, o si, por el contrario, ha sido capaz realmente de despertar el don de la comunicación en un trozo de mármol tan impecable que, como suele decirse, solo le faltaría hablar.
A una historia original, que a partir de lo que puede parecer una anécdota va mucho más allá, se une un lenguaje depurado que también es pura belleza. El conjunto es un relato impecable.
Un abrazo, Belén. Suerte
Ángel, me quedo sin palabras para darte las gracias por enriquecer los relatos con tu lectura. Realmente es mucho más de lo que merece. Un abrazo grande y encantada con tu visita.
Genial, Belén.
Me ha encantado.
Un abrazo.
Muchas gracias, Yolanda. Encantada con tu visita y me alegra de que te haya gustado.
Belén, Me descubro una vez más ante tu inteligencia narrativa.
Un besito virtual.
Oh, muchas gracias, María Jesús. Muy contenta con tu visita. Besitos virtuales y espero que pronto volvamos a perdernos juntas por las calles de Madrid.
Yo lo he visto respirar, Belén. Disimula cuando lo miran otros, pero respira.
Enorme relato, como David.
Un beso. ?
Qué bien, Pablo. Me alegra saber que no son imaginaciones mías y que respira de verdad ;o) Muchas gracias por tu visita y muchos besos.
Las ocho de la mañana, el mejor momento para disfrutar de la visión de ese David como recién lavado para las visitas. No es la primera vez que tu personaje va a verlo, muestra de su amor por la obra, aunque quizá en esta ocasión se hayan dado las circunstancias precisas para que sucumba del todo a su encanto, adentrándose en un profundo estado de subyugación cercano al conocido síndrome. Qué bien lo cuentas, Belén, y con qué sutileza y acierto lo cierras. Enhorabuena y mucha suerte con él. Un abrazo, maestra.
Me gusta ese arrobo y ese contar del relato.
Abrazos marinos.