97. Subyugada (Juana Mª Igarreta)
Observo frente al espejo cómo las estilizadas manos de Laura, la peluquera, se mueven vertiginosas sobre mi cabeza; manejando con destreza la brocha, reparte el tinte sobre las níveas raíces de mi pelo, que tras la conjunción de química y espera volverán a lucir oscuras. Ritual al que me presto una vez al mes, en un intento ilusorio de escapar al paso del tiempo.
Laura, de figura generosa en curvas y rostro dibujado en suaves y proporcionadas facciones, es sumamente atractiva. La contemplo y rememoro la confesión que esta me hizo en una ocasión anterior. De cómo su agraciada imagen hacía en algunos hombres trocar amor en posesión, hasta el punto que tuvo que abandonar Toledo, su bonita ciudad natal, para escapar de su última relación: un apuesto comercial que, con sus esmeradas artes amatorias y seductor discurso, la tenía totalmente subyugada.
De pronto, un repartidor irrumpe en el salón de belleza y, una vez confirmados nombre y apellidos, entrega un paquete a Laura. Esta, sorprendida y deshaciéndose de los guantes, lo abre ante mis ojos.
Al hallar el precioso anillo, trabajado en fino arte damasquinado, la hermosa cara de Laura palidece por momentos.
Una persona a quien la fortuna no ha querido agraciar físicamente ha de soportar muchos rechazos de entrada. El efecto contrario, el de ser portadora de un atractivo enorme, también puede ser una pequeña condena cuando no hacen más que recibirse propuestas no siempre deseadas. Seguro que a muchas mujeres, como también a algún hombre, no les interesan algunos ofrecimientos, incluso aunque, como es el caso, parezcan atractivos. Ese anillo debe de ser para ella un peso tremendo, imposición a la que le costará mucho decir que no.
Un relato sobre los problemas que puede acarrear la belleza, en la que, como suele decirse, no es oro todo lo que reluce.
Un abrazo y suerte, Juana Mª.
Muchísimas gracias, Ángel, por tu interesante comentario. Un abrazo.