97.- A su medida
Corta el hilo de hilvanar con los dientes y enhebra la aguja, hace un nudo y la clava en la almohadilla que lleva prendida en la bata, al lado del corazón. Se sienta en la silla baja, junto a la ventana, y empieza a pasar los puntos flojos siguiendo la marca de tiza que ha hecho antes en todas las piezas. Retira los alfileres que le han ayudado a que la tela no se mueva y, tirando con delicadeza, separa las telas y corta, con mucho cuidado, los hilos que van quedando a ambos lados.
Cuando termina de hilvanar todas las piezas, coloca el vestido sobre el maniquí y suspira. De espaldas al espejo, se quita la bata y se desliza dentro de la ropa. «Como un guante», piensa cuando al fin se atreve a darse la vuelta y mirarse en el espejo. Después, descoserá los hilvanes y volverá a hacerlos unos centímetros más adentro. Retocará la pinza del pecho y marcará el largo provisional de la falda.
Cuando llegue la clienta para la prueba, Ramón la ayudará a vestirse y le jurará que el vestido parece creado solo para ella.
La costura, como el mundo amplio que es, lindante con el arte, tiene un lenguaje propio, derivado de las técnicas y entresijos que conlleva, un trabajo que no se ve y solo sabrá apreciar en su justa medida quien lo hace. El primer párrafo es toda una exhibición de dominio de ese vocabulario.
Tu protagonista disfruta con su trabajo y con el resultado. Lo de menos, quizá, es que la clienta ni siquiera sospeche que ese vestido ha sido confeccionado, en realidad, pensando en una figura diferente.
Un abrazo y suerte, Anna
Qué bonita historia explicas Anna, me he visto hilvanando ese vestido, esperando a esa clienta y a Ramón, seguramente tras la cortina, esperando su turno para entrar en escena. Bravo, suerte con él! Bea.
Gracias, Angel y Bea, por vuestra lectura y comentarios. El pobre Ramón debería hacerse un vestido a su gusto y dejar de probarse los de las clientas.
Abrazos.