93. EL REVELADO (Tomás del Rey)
Con la comunión le habían regalado una Kodak Instamatic. Cuando ahorraba para un carrete de doce más el revelado, salía a la calle a fotografiarlo todo. En casa, sus padres ejercían de modelos. Luego, tras la espera para revelarlas, su barrio aparecía irreconocible, con demasiada o con poquísima luz, como si fuera un puerto pesquero de casitas relucientes bañado de sol y cormoranes, o un callejón peligroso del mismo puerto, sumido en la oscuridad de la desdicha. Pero nunca parecía Madrid. Sus padres, siempre decapitados, podrían ser ellos u otros cualesquiera. Para cuando podía comprar el siguiente carrete, ya había olvidado sus errores, así que volvía a cometer exactamente los mismos. Guardó un álbum entero de decapitados y calles cegadoras o siniestras.
Un día se atrevió a decirle a Marta que posara para él. Quedaron con esa excusa. Ella se reía, y él quiso capturar el cosquilleo de su risa. Casi un mes después, reunió fuerzas para acudir a la tienda a recoger el carrete abandonado. Decididamente, las imágenes que le devolvieron no podían ser de Marta. No dijo nada y se las quedó: quizás aquella muchacha borrosa que imitaba en vano su risa no le partiría también el corazón.
Prueba y error, ese es el proceso que ha hecho evolucionar al ser humano, pero hay quien parece no aprender nunca. Vuelve a repetir los mismos errores una y otra vez, algo que comprueba al revelar las fotografías.
Sin embargo, tal vez si que haya aprendido algo. Al no entregar un mal retrato a la muchacha que le interesa tal vez detenga ese bucle maldito del que nunca llega a salir, puede que ella, así, no sea una equivocación más, otro intento fallido.
Un relato muy original, hasta podría decirse que revelador.
Un abrazo y suerte, Tomás
Gracias, Ángel, por tu lectura generosa. Como aficionado a la fotografía que fui te diré que, en teoría, la gran ventaja de la fotografía digital era el poder ver sobre la marcha los errores y corregirlos. Pero también por eso mismo el error resultaba barato, intrascendente. El tener que aprender costando tiempo y dinero también nos llevaba a evitar los errores con más cuidado. En fin, la nostalgia. En todo caso, el protagonista se aferra a esa muchacha borrosa buscando el consuelo para sus males de amor adolescentes.
El aprendizaje del amor, como el de la fotografía, también está lleno de pruebas y errores y, igual que con la fotografía, de un carrete a otro repetimos los mismos errores. Un relato estupendo, Tomás: las imágenes que captura tu protagonista son una bonita metáfora de su vida. Es, además, el relato más fotogénico y más fotográfico de los que he leído hasta ahora.
Para mí, un firme candidato.
Suerte y abrazo,