31. Antes del alto el fuego (Josep Maria Arnau)
Levantó la vista. De madrugada, el último obús había impactado de lleno en el piso de arriba de la casa. La luz que penetraba por el gran boquete lastimó sus ojos cansados, pero no apartó la mirada.
De lo que había quedado del techo colgaba la mesa donde dibujaba la pequeña. Por un momento le pareció oírla antes de meterse en la cama: “Lo acabaré mañana, abuela”.
Se sentó ante los restos de las ventanas y vio como la gente del pueblo huía: se escurrían entre las ruinas, cargando fardos y maletas. ¿Dónde estás, madre?, ¿dónde estás?, habían gritado un buen rato sus hijos. Pero el escondite había funcionado. ¡Ella se quedaba!
Miró el dibujo que tenía entre las manos. Algunos edificios aún seguían en pie. Cuando llegara la noche volverían los fuegos artificiales. Su corazón intuía que empezarían dentro de poco. ¡Esta vez se la llevarían!
La guerra, la locura colectiva de los hombres llevada a su último extremo nunca ha tenido en cuenta a las personas, pero la crueldad se elevó muchos grados cuando a alguien se le ocurrió que bombardear a la población de forma indiscriminada era una práctica lícita para desgastar al enemigo. Inocentes que mueren, personas que lo pierden todo y han de huir con lo puesto, un mundo en el que tal vez ha dejado de merecer la pena vivir. Tu protagonista lo sabe bien y ha tomado esa decisión, triste, pero respetable, antes de que cesen los enfrentamientos, porque no quiere convertirse en una carga para su familia, porque sabe que la posguerra es otra lucha incruenta.
Que no paren las letras, Josep Maria.
Un abrazo y suerte
Muchas gracias por tu visita y comentarios, Ángel. Realmente pretendía transmitir los significados que tú tan bien describes. A veces antes del alto el fuego se cometen las peores atrocidades, con el fin de negociar desde una mejor posición. Un mundo terrible que puede arrebatarle a uno lo que más quiere y destruir el futuro. Así, seguir viviendo puede carecer de sentido.
Un abrazo.
Por desgracia,en la guerra, el que sufre siempre es el pueblo. Los que organizan las batallas están sentados, cómodamente, en los despachos alejados de todo peligro. Detrás de la barbarie se encuentra siempre el dinero y el poder.
Tus acertadas palabras «Locura colectiva»…
Un abrazo.
Muchas gracias por la visita y comentarios, Mari Carmen. La población civil acumula los mayores sufrimientos en las guerras modernas. Los más indefensos y vulnerables son sus principales víctimas. La expulsión de la propia tierra es una de las consecuencias más trágicas… inasumible para algunos, insuperable para muchos.
Un abrazo.
Tu relato me ha impactado como ese obús en la casa. Esa abuela contemplando la mesa de su nieta colgando en el boquete, así como a la gente que huye a la desesperada… Son imágenes muy potentes, desgarradoras. Rota de dolor y desesperanza, ella ya se ha rendido. Cuando no se puede empezar de nuevo, lo mejor es desear que el final llegue pronto, así lo ha decidido. En su caso, solo merece comprensión. Ella permanece oculta y silenciosa, pues no quiere ser una rémora para los suyos. Es un acto de generosidad. Un micro estremecedor, que cala muy hondo. Felicidades y suerte, Josep María. Un abrazo.
Muchas gracias por tus comentarios, Juana María. Y por compartir de una forma tan expresiva los significados de este relato… hasta llegar a su alma. Como tú dices, la rendición puede ser un acto de generosidad. Cuando es una decisión plenamente consciente y querida puede ser también una manifestación de firmeza ante el destino.
Un abrazo.