74. Hay que mimarlas…
Eso es lo que repite Raquel una y otra vez. Dice que la orquídea necesita luz, pero nunca sol directo, y la cambia de lugar varias veces al día. No se ha dado cuenta de que se secó hace tiempo y la sustituí por una artificial. Ella continúa con su rutina. Riega los martes y los viernes, anota cuándo añade el abono y, sobre todo, le habla, le sonríe, acaricia sus hojas como si el plástico pudiera percibirlo.
A menudo pienso que a Raquel se le escurre la realidad entre los dedos y jamás será capaz de retenerla. Sin embargo, no puedo negar que sus progresos son considerables, solo necesita un poco de afecto y estímulos positivos para continuar mejorando. La abrazo y poso mi mano en su nuca. Estoy tentado de explicarle que lo que no está vivo no siente de verdad. Pero no creo que esté preparada aún para enfrentarse a esa paradoja, así que decido acostarla. Con mucha suavidad, deslizo la mano por su cuello y busco el interruptor.
Si los humanos estamos lejos de la perfección, nuestras creaciones difícilmente podrán serlo; a la fuerza, han de tener fallas. Una androide puede estar programada para cuidar plantas con mimo, pero hacerle entender que los seres artificiales no sienten es difícil de asimilar, porque supone dar por hecho que un robot nunca podrá ir más allá de ser una simple máquina, por sofisticada que sea, un tema clásico de la Ciencia Ficción, además de apasionante. Esto es algo que con habilidad ocultas hasta el final de este buen relato, en el que la luz y la energía, fundamentales para la vida tal como la entendemos, juegan un papel fundamental.
Un abrazo y suerte, Lluís
Como siempre, tu comentario lo explica muy bien, Ángel. Es un tema fascinante y, como dices, clásico en la ciencia ficción. De vez en cuando me surge la inspiración asimoviana. Me viene a la mente «El hombre bicentenario», donde se plantea la cuestión de qué significa el concepto de ser humano. Un abrazo y suerte también para ti.
Lluís, me ha gustado mucho tu relato. Sabes llevarnos por un camino que nada tiene que ver con la realidad o que, mejor dicho, nos llevas hacia donde quieres con ese final, pero no nos hemos enterado. Y ahí es cuando llega esa segunda lectura y un nuevo disfrute con tu relato. La asoaciación de la luz para una planta de plástico y descubrir que ella también lo es, y ese botón de ON-OFF. Pues eso, brutal. Enhorabuena y te deseo mucha suerte. Besicos amigo.
Muchísimas gracias, Bea. Me alegro de que te haya gustado, si te ha animado a una segunda lectura, ya lo considero un éxito. El nombre de la mujer artificial, aunque traducido, era una pista, muy sutil. Lo tomé prestado del personaje de Rachael en «Blade Runner», o mejor dicho, en «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?» de Philip K. Dick. Suerte para ti también. Besos.
Has apagado el interruptor con tanta suavidad (o debo decir con tanto mimo) que casi no me doy cuenta y me he llevado una sorpresa. Me ha gustado mucho esta
propuesta tuya, tiene luz. Te deseo mucha suerte, Lluis. Un abrazo.
Muchas gracias por tu comentario, Maria José. Me encanta saber que los mimos del texto han funcionado y te han conducido suavemente a ese final que había preparado. Suerte para ti también, un abrazo.
Hola, Luis.
Un relato muy original y bien elaborado. Felicidades.
Un cálido saludo.
Gracias por tu visita y tu amable comentario, Barceló. Suerte y un saludo de vuelta.