77 La luz del mar
Había crecido rodeado del olor de la lonja donde trabajaba su familia, y de las historias que escuchaba en las voces roncas de los pescadores que llegaban de faenar. Los reflejos de los rayos de sol en las escamas iluminaban el mercado de colores. Cuando aprendió a nadar, solía sumergirse sintiéndose poderoso, como si de Neptuno se tratara. Tras estar de grumete durante la adolescencia, la felicidad plena le llegó al conseguir el puesto de farero. Cada tarde, desde lo alto, se emocionaba al contemplar en el cielo el arco de color naranja durante la puesta de sol. Las noches de tormenta, bajo el sonido de los truenos, y con el agua queriendo entrar a borbotones por las ventanas, eran divertimento para él. Así estuvo, hasta que se fueron apagando sus ancianos ojos. Un día, ya sumido en la oscuridad, sintió por primera vez la soledad. Como pudo, bajó a tientas hasta la playa y se tumbó pensando en los destellos de los cientos de barcos que había guiado a puerto seguro. Enseguida, los brazos del mar le envolvieron para llevarle a la luz del horizonte, esa que tanto le había acompañado.
Hay personas que sienten hacia el mar una atracción difícil de explicar en términos racionales. Puede que sí que exista un razonamiento científico detrás de ello, pues parece que primero fuimos seres acuáticos y que en gran parte de nuestro organismo está presente el agua. De una forma o de otra, algo debe de tener para que quien ha nacido y vivido cerca de ese manto cambiante, a la vez que imperecedero, lo lleve siempre dentro; como también, los que somos de interior, buscamos, cuando podemos, su cercanía.
Tu protagonista, que puede que no tenga palabras para expresar todo ello (ya las pones tú), pero sí que sabe sentirlo, solo podía tener un final, fundiéndose con ese entorno al que siempre perteneció, contradiciendo con su marcha última lo que suele decirse de que «polvo somos y a la tierra volveremos». Tras una vida siendo luz y guía de muchos, le llegó la hora de responder a esa luminosa llamada.
Un saludo y suerte, Francisco Javier
Muchísimas gracias Ángel por tus siempre geniales comentarios
Un abrazo
Hola, Javier
Qué emotivo tu relato, me ha gustado mucho como abordas el tema de la soledad, cuando el farero la siente por primera vez al no poder ver la luz.
Muy bien resuelto de verdad.
¡Mucha suerte!
Mil gracias Aurora
Muchas suerte para ti también
Un abrazo