47. La inclusa
Me despido de ellos con una sonrisa y me voy al patio a jugar con los demás niños. Sé que nunca vendrán a buscarme, soy demasiado mayor. Elenita intenta disimular su alegría, aunque está contenta de que no me vaya. Doña Dolores, la cocinera, me abraza, me recuerda que aquí está mi familia y me regala un caramelo de anís, de los que solo nos dan en domingo. El padre Ernesto, revolviéndome el pelo, me pone una estrella en la solapa de la chaqueta y me dice que hoy seré el encargado. Por la noche, Antoñito me presta su muñeco para que lo abrace mientras duermo y la hermana Mercedes me lee un cuento. Todos son muy buenos conmigo, pero la pena no se me pasa.
Dura situación la que muestra tu relato, Lidia. Un relato que llega muy adentro y sacude conciencias.
Suerte. Un saludo.
La única familia de tu protagonista es la de ese orfanato. Todos ponen su granito de arena, pero existen ausencias y carencias, arrastradas, como es el caso, durante demasiado tiempo, que solo pueden llenarse con unos padres, biológicos o no. Hay personas con quienes se ceba la realidad, empeñada en ser negativa y obstinada.
Dan ganas de adoptar a este niño o niña, que ve cómo cada vez lo es menos y que una parte de la felicidad que le correspondería le sigue vedada.
Un relato que sabe transmitir una tristeza inmensa y, tal vez, la nostalgia de lo que podría haber sido y puede que nunca llegue.
Un saludo y suerte, Lidia
Alfonso, Ángel. Gracias por vuestras palabras!!
Cuántos niños se hacen mayores sin haber conocido una «familia».
Un relato que te pellizca, ahí donde más duele.
Mucha suerte.
Gracias! Suerte también para ti