46 Pasión volcánica
Al otro lado del espejo, mientras cepillaba su peinado nido de avispa, Domitia, de diecisiete años, vio reflejada perfectamente la explosión del Vesuvio por la ventana de su habitación nueve días después de los idus de agosto del 832, ab urbe condita.
Las vísceras del volcán consumieron la ladera rápidamente, llegaron hasta la domus, horadaron su puerta, disolvieron al canem y al pater familias que pretendía oponerse y no se detuvieron hasta inundar con minuciosa lentitud el cuerpo de la joven que, de temeroso e implorante, se hallaba inmóvil. De ese modo, ella fue perdiendo la sustancia, la esencia de la que todos estamos formados y se consumió hasta abandonar el espacio que venía ocupando, convirtiéndose en un simple hueco que, una vez inyectado de arcilla mil novecientos cuarenta años después, está reputado en la literatura arqueológica como un caso único de combinación de sonrisa arcaica, turbador alzamiento de pelvis y ojos entornados.
Todo ello, unido a la insólita presencia de los puños apretados, ha motivado que parte de la comunidad erudita haya querido ver ciertas reminiscencias de griego profundo.
Todas las denominaciones tienen un sentido y un origen, aunque a veces no lo conozcamos. El ser humano necesita saber, tener certezas, si éstas no aparecen, establece hipótesis, o hace algo mucho más creativo e interesante: imaginar, como es el caso de esta interesante y trabajada historia, con el clímax final e inesperado de la protagonista, un instante efímero, pero intenso y llamado a perdurar y ser objeto de estudio.
Un saludo y suerte, Ignacio
Imaginativo a rabiar tu relato. Me ha gustado leerte, Ignacio.
Mucha suerte.