51. Mordiscos (Paloma Hidalgo)
Cuando descubre que a María Auxiliadora, allí fue en su último cumpleaños, le han puesto lamparitas eléctricas da media vuelta, sin velas no es lo mismo. Contrariado se encamina hacia otro templo que hay cerca, uno dedicado a San Andrés, más pequeño. Mejor así. Los lampadarios de las iglesias grandes cada vez son más tecnológicos. Al llegar, se sienta frente al altar con más bujías encendidas. Se acuerda de la primera vez que celebró un aniversario solo. De cómo le temblaba todo el cuerpo después de soplar las candelas que los devotos habían encendido. Recuerda el olor de la cera, el tacto de la tenaza, el tintineo del dinero.
Una feligresa se santigua y se va, él verifica que está solo y se levanta. Por un segundo, tras el soplido, vuelve a aquellas celebraciones frente a una tarta enorme, rodeado de una mujer feliz y unos hijos pequeños. Disfruta de ellos hasta que la vergüenza de haberlos perdido le muerde en la boca del estómago, entonces saca el alicate, rompe el cierre de la caja de las limosnas, coge las monedas y se dirige al bar, la tragaperras estaba a punto de caramelo, tragando saliva para espantar a la fiera.
La vergüenza de haber perdido lo que más quería, a causa de su mala cabeza, o de su obsesión ludópata, le ha servido de poco. Si ha sido capaz de sacrificar lo más sagrado, su familia, no es extraño que vuelva a hacerlo de nuevo profanando un templo, seguro que tampoco es la primera vez.
La culpabilidad vuelve a pellizcarle, pero es de temer que hay una fuerza superior a la que está rendido. La tecnología, de la que tanto reniega en las iglesias porque le dificulta conseguir un dinero fácil, ha sido su perdición en forma de máquinas tragaperras.
Pasamos de la supuesta beatitud del personaje a su verdadera realidad, mucho más sórdida, con la particular psicología que mueve sus actos muy bien narrada.
Un abrazo y suerte, Paloma
Lo primero, perdón por la tardanza en agradecer tu comentario. Tú siempre tan `puntual y certero, mereces un agradecimiento puntual. Después, decirte que sí, que este tipo es, como muchos otros, muy diferente de lo que aparenta. En un principio el título iba a ser almax, un remedio que mitiga ese escozor en la boca del estómago (por problemas gástricos, no de conciencia claro está), porque para este tipo de individuos la culpa al final, no deja de ser una molestia pasajera, y la vergüenza, una visita incómoda a la que se despacha con rapidez antes de que se acomode.
Un abrazo, Ángel.
En principio se adivina la soledad de un hombre que busca refugio en una iglesia. De pronto, la historia da una vuelta inesperada y te conduce por otra camino diferente. Qué bien juegas con el lector, cómo nos embaucas para llevarnos dónde quieres. Muy bueno, Paloma.
María, mil gracias por la amabilidad de tus palabras.