39. Boquita de ¡oh!
¡Mamá! ¡Mamá!
Cuando alcé la vista sobre el libro, ante mis ojos se desarrollaba una escena propia del costumbrismo playero de años atrás. Un niño pequeño abrazaba con dificultad una sandía enorme y corría en busca de su madre para enseñarle semejante tesoro pirata enterrado en la orilla de la playa.
En su inocente carita se dibujaba una preciosa boquita de ¡oh! asombrada ante aquel inesperado hallazgo. Yo pensaba que era imposible no empatizar con aquel crío que había provocado una amplia sonrisa en mi rostro imaginando que tal vez en su mente infantil habría pensado que las sandías crecían allí, pero instantes después los dueños del “tesoro” corrían por la arena tras el pequeño ladrón.
Casi de un manotazo arrebataron la sandía de las manos de la madre del niño con muy malos modos y sin dar tiempo a sus educadas explicaciones, en un pis pas desbarataron las ilusiones del niño y de paso marcaron en mi rostro una descolgada boca de ¡AH! ante la sorpresa de tal comportamiento. ¿En serio? Una cala de sandía para todos , ése hubiera sido mi final para esta historia.
A los niños hay que perdonarles muchas cosas, partiendo del hecho de que su mundo o la percepción del nuestro es diferente. Describes muy bien el hallazgo de ese tesoro, como también la mala reacción de los dueños de la sandía, que no estuvieron a la altura de las circunstancias. Se nos olvidan pronto las cosas, como que hemos sido niños y adolescentes, también la historia, por lo que nos condenamos a repetir errores. Con un poco de comprensión se evitan asperezas y la vida es más llevadera. Este pequeño habría aprendido sin tener un trauma que no merecía. Todos se hubiesen ahorrado una escena desagradable.
Pocas cosas hay más hermosas que el asombro infantil, resumido en ese «oh».
Un abrazo y suerte, Ana
Gracias por tu comentario, me parece que la inocencia infantil sólo puede provocar sonrisas.
Un abrazo