27. EL INDIANO (Susana Revuelta)
Es el puro que mejor le sabe a don Eduardo, el que se fuma a la puerta de la cantina mientras le lustran los zapatos y observa al personal. Ahí repanchingado en esa silla alta, echando en la cara el humo a los parroquianos que entran y dejando caer la ceniza en el pelo del limpiabotas, se siente como un marajá.
Porque a ver, de todos esos zarrapastrosos que pasan empujando una carretilla o cargando con un saco de paja, ¿alguno tiene una levita blanca de algodón, un automóvil americano, un casoplón con dos palmeras a la entrada, una caja fuerte detrás del cuadro de caza, una criada mulata de labios turgentes siempre arrodillada ante él, cuando él lo manda?
Desde luego que no, menuda panda de muertos de hambre, piensa mientras regresa a casa conduciendo por las calles sin asfaltar. Gentuza sin ambiciones es lo que son, campesinos que nunca llegarán a nada. Pero entonces, se pregunta cada día más malhumorado, ¿a qué carajo vienen esas miradas serenas, esos rostros sonrientes, ese contento al llegar a sus chamizos llenos de niños harapientos, de esposas gordinflonas, de olor a castañas asadas en otoño y a mazapán casero en Navidad?
Ellos son felices con lo que tienen, que es justamente de lo que carece el indiano.
Muy bien narrado, Susana. Suerte.
Un abrazo.