62.- Los silencios incómodos
Empieza mamá, visiblemente alterada. Pregunta que qué horas son estas horas para un crío. Bajo la mirada y recuerdo al tonto, y a sus padres, a los que casaron cuando aquel gañán se llevó a la muchacha tonta y la devolvió con una barriga sospechosa.
Se une papá. Apaga la televisión para arrojarme los mismos improperios de siempre. Sigo mudo, sin levantar la cabeza mientras pienso que, en realidad, no hace falta nacer tonto. Eso, en el pueblo, da igual si la presa reúne ciertos requisitos. Y este cumplía casi todos: esmirriado, miedoso y con gafas. Al desgraciado le aguardaba un infierno de humillaciones y perrerías.
Ambos continúan gritándome y yo no consigo olvidar esa tarde, cuando lo arrastramos hasta la trasera del taller mecánico para introducirle por el ano la manguera del aire comprimido con la que hinchamos las ruedas. Escapamos corriendo con las primeras convulsiones.
Me mandan a la cama. Sigo sin poder contarles que el dueño del taller, que siempre fue muy cariñoso con nosotros, nos aseguró haberse encargado de todo aquella tarde. Pero que, desde entonces, nos obliga a visitarle cada noche, cuando cierra. De dos en dos, y en completo silencio.
Cualquier acción se produce por un motivo. Es lógico el enfado de esos padres cuando su hijo llega tarde, como también lo es que él no suelte prenda, la persistencia de esos «silencios incomodos» (buen título), por vergonzantes, porque no se puede contar la razón de la tardanza, porque hay bromas demasiado pesadas, cuyas consecuencias perduran en el tiempo.
Todo tiene un precio, el de encubrir un acto criminal puede ser muy alto.
Un relato con causas y efectos, y un efecto de desasosiego muy efectivo.
Un abrazo y suerte, Álvaro
Para mí, que Angel comente mi relato, es todo un halago.
Gracias maestro.
La palabra «presa» te pone en guardia y comienza a dar un auténtico giro al relato. Es tan fuerte esa palabra… Nos cambia de una escena familiar a algo animal, para terminar con algo tremendamente sórdido.
Me ha encantado esa forma de ir metiendo en la escena familiar las partes de la otra escena. Un relato duro, bien montado y llevado. Suerte y abrazos, Álvaro.
Gracias, Rafael, por dedicar tu tiempo a leer y comentar con sabiduría este relato.
Un abrazo.