15. Uñas
Seguían ahí. Los oía rasguñar bajo las tablas del suelo, detrás del enlucido. Los imaginé arañándose también unos a otros, un hervidero de seres gibosos, cubiertos de calvas y úlceras mil veces infectadas, y me estremecí de asco.
Salté de la cama y corrí a la habitación del niño. Allí su compulsión enfermiza por rascar se cebaba en el envés del cielo raso. Enloquecido, hui hacia el baño y me ovillé en la bañera, con los oídos tapados para escapar de sus uñas diminutas, que ahora resonaban tras los azulejos. Y así, amortajado por la porcelana, caí en una duermevela angustiosa.
―Papi, ¿has dormido ahí?
Guille, frente al lavabo, me mira con más sueño que extrañeza. Me levanto entumecido y, sin respuesta, le revuelvo el pelo.
En la cocina Marta pone la cafetera. Quiero preguntarle a gritos si no oye el chirrido malsano que ni siquiera los sonidos reconfortantes del día amortiguan. Pero tengo miedo de ver otra vez la alarma en sus ojos. De las llamadas furtivas a la clínica. Del ingreso, las batas blancas y las pastillas verdes, una tregua que solo sirve para que ellos, incansables, afilen sus garras a la espera de mi regreso.
Qué bueno, Ana. Para morderse las uñas. Da para cortometraje. No necesita ni guion. Solo harían falta unos efectos de sonido sutiles, y que decida el espectador si quiere o no oír esos rasguños en las paredes, si quiere o no instalarse en la locura.
Suerte, y un abrazo.
Como buen cinéfilo, sabes que el hecho de que un micro nuestro llegase a convertirse en corto significaría una ilusión enorme. Mientras espero la llamada de Amenábar o Rodrigo Cortés, me quedo con la que me ha hecho tú comentario. Muchas gracias por pasarte por aquí. Un abrazo, Rafa.
Hola, Ana
Bueno yo acabo de llegar como dice la canción, así qué te voy a contar…
Simplemente me parece excelente como abordas un trastorno de ansiedad grave, que es tremendo tanto para el que lo sufre como para los familiares.
Me ha gustado mucho,un abrazo
Imagino que las alteraciones en la percepción de la realidad «estándar» pueden llegar a ser terroríficas, aunque quizá lo sea más el hecho de que nadie acepte que para ti la realidad auténtica es justamente lo que tú percibes. Me alegra que te haya gustado, Aurora. Muchas gracias por pasarte a comentar, un abrazo.
Nos ponemos en la piel de una persona que siente un realidad que nadie más es capaz de percibir. Una de dos: o su mente le engaña, con el consiguiente sufrimiento que le condiciona, o es un visionario, un elegido que sabe percibir una amenaza cierta.
Tomando como escenario la sencillez de lo cotidiano, dibujas un angustioso escenario, un sufrimiento que no parece tener alivio ni arreglo, con el agravante de no poder compartirlo.
Una propuesta de libro, o para el libro.
Un abrazo, Ana. Suerte
Me gusta ese matiz que sugieres: efectivamente, ser el único que percibe algo no tiene por qué significar que ese algo no existe, aunque pueda provocar sufrimiento no encontrar eco en los demás.
Muchas gracias por el comentario y tus buenos deseos, Ángel. Un abrazo.
¡Uauu, Ana! Relatazo…
Qué bien nos llega esa sensación de angustia – no quiero ni imaginarme a esos seres gibosos con úlceras asquerosas, ni pensar cómo sería esa mirada tan llena de miedo de la mujer (y con razón).
¡Plas, plas, plas!
Un beso,
Carme.
No parecen muy agraciados ni muy simpáticos, la verdad.
Me alegra que te haya gustado. Muchas gracias por pasarte a comentar, Carme. Un abrazo.
Ana, me ha parecido absolutamente espeluznante. Y si he pasado miedo con los ruiditos insidiosos de las uñas al rascar, todavía lo ho pasado peor al final. Y es que el miedo a la locura es incluso más terrorífico.
Me quito el sombrero, enhorabuena.
Esa era la idea, presentar una doble vertiente del miedo. Muchas gracias por leer y comentar, Rosalía. Un abrazo.