49. IMPRONTAS (Juan Manuel Pérez Torres)
Parecía que el padre jamás saliera del sótano. Allí tenía montado su taller, muy ordenado todo, cada herramienta en su lugar, algunas en la pared, colgadas de alcayatas: alicates, martillo, sierra, hacha; otras bien dispuestas sobre la mesa de trabajo: destornilladores, limas, cúter; todo nuevo y colocadito en la misma posición. Nadie comprende cómo generaba tanto ruido.
La madre estaba siempre trajinando en la cocina. Hija de carnicero, manejaba los cuchillos de la tacoma con maestría y dedicación inusitadas. Decapitaba pollos y destripaba conejos para trincharlos y cocinarlos en sabrosas salsas. Los aromas asombraban por ser tan espesos y duraderos.
El hijo, como aún no tenía edad de escuela, pasaba los días buscando diversión por la casa. En las noches jugaba a ser mayor practicando aparecer y desaparecer en la oscuridad del dormitorio rosa. Era cuando Teresita castañeteaba los dientes bajo estas sábanas de corazoncitos estampados que nunca la protegieron.
Los niños juegan a ser mayores e imitan lo que ven. El padre y la madre de este pequeño utilizan herramientas que bien podrían ser armas terribles, capaces de causar pavor y angustia; ese es, precisamente, el uso no profesional que el niño emplea para atemorizar a su pobre hermanita. Desde luego, el monstruito apunta maneras, seguro que se preguntan a quién habrá salido. Seguro también que dejará una huella traumática en la pobre niña, eso como poco.
Un relato terrorífico, partiendo de una familia normal y de un juego, en apariencia, infantil.
Un abrazo y suerte, Juan Manuel
Gracias Ángel.
Ruidos que nadie comprende, olores que persisten, apariciones intermitentes… las tres clásicas alucinaciones, llevan al lector a sentir el miedo al mismo tiempo que Teresita, que parece no haber tomado conciencia de que las sábanas no la protegieron en ningún momento y que de toda la familia solo quedan improntas.