10. WAKA,WAKA. (Jesús Alfonso Redondo Lavín)
El perro, asustado, pegó un salto y se metió en un hueco imposible debajo del aparador. La lata de Coca-Cola y un vaso de cerveza saltaron por los aires manchando con espumas las peladillas, los chetos y los kicos que también volaron en todas direcciones. Las lágrimas de cristal de la lámpara se desencadenaron de sus engarces y cayeron por el suelo tras el manotazo a puño cerrado que le pegó Antonio cuando saltó gritando sobre el sofá, una de cuyas patas se quebró haciendo que su suegro cayese de culo sobre la alfombra.
La abuela Paca, que tejía abstraída a ganchillo macramé se pegó un pinchazo en el dedo índice. Carlitos dio un bote en su cuna y rompió a llorar y a Manuela, su madre, se le desparramó la tortilla sobre la vitrocerámica.
─Por dios Antonio, gritó Alicia, su mujer, con un susto de muerte en el cuerpo. ¡Contrólate!, que nos matas.
Fuera, estalló un cohete de feria y un vociferio rompió el silencio tenso que hasta ese momento amasaba la noche.
10 décimas de segundo antes, Antonio Martínez, el locutor de la televisión había gritado desaforado rompiendo su voz:
¡Gol de Iniesta!
Iker, sin freno, besó a Sara.
Hola, Jesús.
Resulta curioso como una afición puede aportar buenos momentos a la vida. Sobre el papel los seguidores de un deporte no ganan ni pierden nada, los que participan son los que ganan o pierden y, sin embargo, que fácil se empatiza colectivamente con esa felicidad de ganar o, por el contrario, con la tristeza de perder.
Creo que el gol de Iniesta (por cierto, celebrado paisano mío) nos regaló a todos uno de esos efímeros momentos de felicidad que duran para siempre en el recuerdo.
Un cálido saludo.
Es difícil recordar un momento de felicidad: ver nacer a un hijo, recibir el alta del hospital, casarse o divorciarse, vencer a un enemigo, lograr un premio… Yo diría que son momkentos de una felicidad medida y contenida. Pero lo que realmente hace que explotes de felicidad y sin subterfugios y con libertad de explosión es cuando tu equipo gana.
Salvo excepciones, seguro que la mayoría recordamos aquel partido, el gol, el beso de Iker y Sara, pero no solo eso, también dónde estábamos y con quién.
Episodios de alegría colectiva como aquel son, por desgracia, tan escasos, que los consideramos históricos y son difíciles de olvidar, como el «La, la, la» de Massiel.
Un relato divertido, en el que lo que parece un desbarajuste negativo es todo lo contrario, algo cercano a la felicidad.
Tus relatos suelen basarse, o directamente narrar, momentos clave del pasado, con reminiscencias rurales y autobiográficas. En este caso se trata de un pasado más reciente y compartido por muchos.
Un abrazo y suerte, Jesús
Gracias por tu constancia y amabilidad.
El caos, el pandemónium, el apocalipsis, la hecatombe, el tsunami nuclear de Japón, lo conviertes todo, con una frase mínima, en un pasaje de la historia futbolera. Bien; me estaba haciendo la composición cinematográfica de ese puñetazo y sus consecuencias cuando cambias de enfoque y nos presentas a un señor, “sudao”, cara de acelerado y pantalón corto. Bien escrito, vivedios. Pero me estropeaste la escena. No te lo perdono.
Ya sabes que no soy footbolero pero veo siempre qaue gana un equipo la felicidad de sus seguidores. y lo del sofá ha pasado en mi familia.
Estaba preparándome para el golpe final de mil maneras posibles, pero, a pesar del título, no me esperaba este. Jaja, lo he disfrutado. Yo me imaginaba a Antonio desmelenado bailando el WakaWaka por el salón, pero mira, me has sorprendido. Muy divertido. Un abrazo.
Pue creeme, Aurora, Antonio, que es mi yerno, bailó el Waka Waka, y rompió la pata del sofa. Gracias por comentar. Ah, lo del suegro, que soy yo, no llegó a pasar pero hoy el sofá en lugar de pata tiene cuatro libros haciendo su función. Gracias por comentar.
¡Ay! La felicidad o la tristeza o el cabreo dependiendo de si la pelotita entra o no. Como aficionado del Real Zaragoza, la felicidad consiste, por ahora, en no bajar a Segunda-B. Pero es tan frágil (la felicidad, no el Zaragoza), tan repentina, tan pasajera, tan efímera a veces, que es imposible vivir en continuo estado de felicidad. Recordarla, evocarla y revivirla es una forma de sentirla de nuevo, aunque nunca como cuando sucedió. Pero como dice Rick, siempre nos quedará París… y Johannesburgo. Genial texto, Jesús. Abrazos.
Gracias por pararte a comentar. Efectivamente es un gozo efímero.