10 AÑOS ENTC: MUTANTES
Esta es la convocatoria de celebración de 10 AÑOS ENTC.
En esta entrada del blog tenemos el vídeorrelato
MUTANTES, de Paloma Casado
Ganador de la 4ª convocatoria ENTC en el año 2014.
Solo podrán participar los usuarios o participantes de ENTC a lo largo de sus 10 años.
La participación en el concurso será posible a través de este formulario desde el que se enviará el relato y el seudónimo correspondiente. La organización se encargará de publicarlo debidamente firmado con el seudónimo que nos indique en un plazo de 24 horas.
El relato será INÉDITO de un máximo de 150 palabras (sin contar el título) y tendrá que enviarse antes de las 23 horas (hora peninsular) del DOMINGO 23 DE ENERO DE 2022 cumpliendo estas dos condiciones:
CONDICIONES
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- 1 El relato responderá a una composición libre, pero deberá mostrar claramente algún vínculo en el tema, trama, personajes o ilustraciones que podéis ver en el vídeo superior… dicho de otro modo, se mostrará claramente inspirado en parte o todo este videorrelato.
- 2. En el título o dentro del texto del relato participante debe insertarse un fragmento literal de al menos 4 palabras extraído del relato del vídeo. No se permite variación de tiempo, género, número, ni orden… LITERAL. DE 4 PALABRAS MÍNIMO. Este fragmento, para que sea fácilmente identificado por el jurado… TENDRÁ QUE APARECER EN MAYÚSCULAS.
Consultadnos cualquier duda. Revisad bien el texto antes de enviarlo porque, una vez publicado no habrá posibilidad de corregir ni reeditar.
A finales de enero de 2022, el autor del presente videorrelato elegirá entre todos los presentados en esta publicación un relato que participará como FINALISTA para el concurso 10 AÑOS ENTC.
El fallo final del concurso se dará a conocer durante la celebración del 11 ENTCUENTRO celebrado en Arzúa en el próximo mes de marzo.
EXÉGESIS, de Yepes
Aseguran los intérpretes de los Libros Arcanos que hubo un tiempo en que la tierra bullía de alimentos. Ahora, CUANDO NUESTRA CIVILIZACIÓN SE RESQUEBRAJA, nos resulta difícil imaginar esas inmensas extensiones de tierra que los versos sagrados describen y donde los seres humanos cultivaban vegetales innúmeros. Las páginas de los Arcanos más antiguos relatan ritos inconcebibles en los que extraños sacerdotes sacrificaban animales vivos cuya carne consumían familias enteras en largas jornadas festivas. Pero son los versos prohibidos de nuestros libros sagrados los que siguen resistiendo a sus intérpretes más avezados. Sus misteriosas estrofas impronunciables, reservadas solo a los labios de los iniciados, siguen siendo un misterio nefando; al menos, hasta que comprendamos el sentido último de la Letanía del Caníbal.
MUTACIÓN, de El Principito
El cambio climático, las guerras y las epidemias han desolado el planeta Tierra.
Los androides superan en número y fuerza a los humanos que, en una carrera desesperada hacia la supervivencia, han decidido vedar todo aquello que los hace débiles frente a los robots que ellos mismos crearon.
La primera prohibición es la de llorar. Derramar lágrimas convierte a las personas en seres frágiles y pesimistas, es un acto de flaqueza ante las, cada vez más hostiles, máquinas.
Pero no ha supuesto un obstáculo para la humanidad, ha bastado una simple mutación de un gen para convertir los paritorios en salas silenciosas. Ya han nacido los primeros bebés sin un solo llanto.
Ahora los androides y los humanos JUEGAN JUNTOS EN EL parque mientras sus padres los contemplan, llorando a escondidas tras las ventanas.
EL LABORATORIO, de Belfegor
Me encanta trabajar rodeado de frascos, matraces y pipetas.
Experimento con embriones humanos y con mi microscopio electrónico y los instrumentos de precisión, modifico el ADN.
He conseguido especímenes modificados, unos sin brazos y sin piernas, otro con un cráneo enorme, pero sin ojos.
Los que no me sirven, los trituro para abono.
Intento crear unos robots, con una mezcla de lo mejor de los humanos y lo mejor de la ingeniería mecánica.
La gente me tilda de loco, pero yo les digo que son ellos, QUE NOS RESIGNAMOS A NO VER MAS ALLÁ DE NOSOTROS MISMOS.
DECEPCIÓN, de Bartleby
Cogidas del brazo, acudimos esperanzadas a verlo en aquella atracción de feria. Es tal y como aparece en los carteles anunciadores, un fenómeno de tres cabezas y siete dedos en cada mano. Cuando el engendro nos ve, no puede evitar que en sus ojos –los nueve– aflore una humedad de emoción. Pero, cuando ha procedido al recuento, SE HAN ACABADO NUESTRAS ilusiones. Se ha dado cuenta de que nosotras teníamos una cabeza menos y dos dedos más. Probablemente parientes, pero muy, muy lejanos.
DILUVIO, de Carballo
Desde que comenzó el diluvio LOS CAMPOS SE HAN CONVERTIDO EN LAGOS IMPRODUCTIVOS.
Por todas partes se ven zonas anegadas, desprovistas de frutos.
En el pueblo dicen que es un castigo divino por la corrupción generalizada de sus habitantes, sobre todo de los terratenientes, del alcalde y los concejales que no dudaron en poner en peligro los trabajos de los jornaleros y de los trabajadores de la única fábrica para enriquecerse.
Ahora las beatas y los más temerosos andan en procesión llevando a San Isidro en andas para rogarle que de un plumazo retire las aguas de los campos y lleve a prisión a los corruptos.
Yo, que no sé si creer, solo ruego que me permita continuar con mi trabajo en la panadería.
HÁBITOS ALIMENTICIOS, de Matilda Johnson
Los niños JUEGAN JUNTOS EN EL FANGO y cuando sienten hambre, en vez de llorar desesperados o mirarnos buscando ayuda porque hace meses que no sabemos qué darles, cogen un insecto o abren un pescado. Confieso que en un primer momento sentimos rechazo y nos asustamos pero ahora, después de pensarlo y vistas las opciones, hemos empezado a seguir su ejemplo y ya no sentimos, como sentíamos antes, que nuestra civilización se resquebraja.
MADRE EN EXCESO, de Amanita
Mi niño y sus colegas mutantes JUEGAN JUNTOS EN EL FANGO. Disfrutan en un hábitat nuevo de aguas perpetuas y sombra, donde consiguen nutrientes de sobra. En cambio, nuestra especie se diluye en las viviendas, llenas de hambre y desesperación. En mi edificio, ya solo quedo yo. Paso las noches delirando. Por el día, pegada al ventanal, observo a mi hijo; no me necesita, pero un instinto protector indeleble me impide abandonarlo. A veces, lo pierdo de vista porque se aleja buceando. Me preocupa. Parece que este mundo inundado empieza a resultarle pequeño; sin duda, debajo de esa piel anfibia, late el gen aventurero de su padre. Cuando decida irse definitivamente, gastaré mis últimas fuerzas en trepar al alféizar y abrir la ventana. Luego, me dejaré caer como una hoja de invierno, podrida. Mientras, no sé cuánto tiempo más podré resistir sin recurrir al arcón congelador, donde descansa mi marido.
EVOLUCIÓN, de Jameito
Yo ya nací sin luz. Mis padres aún lo hicieron en penumbra. Pero mi abuela explicaba historias de cuando su madre era niña y se veía completamente. Me contaba que era por el Sol. Y porque existía el combustible, que también alumbraba, y otras formas de iluminar que había olvidado. Debía ser muy hermosa la vida entonces.
Hoy día vivimos en una oscuridad absoluta. Nos movemos tanteando con las manos, orientándonos con el oído y el olfato. Tan resignados estamos A NO VER MÁS ALLÁ DE nuestra imaginación, que nos hemos acostumbrado a vivir con los párpados cerrados. Algunos ancianos dicen que somos como cangrejos ciegos de una antigua cueva isleña. O como lombrices de tierra. Los más jóvenes no saben de lo que hablan y piensan que son desvaríos de la edad y la lobreguez. Pero, lo cierto es que han empezado a nacer niños sin ojos.
MIGRACIÓN, de Doña Urraca
En un tiempo lejano, muchos valientes habitantes del tercer mundo, empujados por el hambre y la necesidad de supervivencia, se mutaron a peces ante le indiferencia e incluso la satisfacción de la población.
Los llamaron los pezombres, y los fines de semana iban a buscarlos entre los juncos, donde los alimentaban de despojos, y se los enseñaban a los niños, que disfrutaban echándoles de comer.
Pasado el tiempo, la gente perdió el interés y los pezombres comenzaron a pasar hambre y subieron a tierra a buscar comida. Los hombres, alarmados, gritaban «NUESTRA CIVILIZACIÓN SE RESQUEBRAJA» y, ante lo que consideraron una invasión, los persiguieron, pero ellos supieron defenderse y, tantos eran y tan voraces, que acabaron con todo lo comestible.
El último humano que sobrevivió a la hambruna grabó en una roca «reparte tu pan, no tu hambre», y un pezombre replicó «la maldad, más temprano que tarde, tendrá replica».
LOS BIENHECHORES, de Onírica
HAN COMENZADO A LLEGAR al pueblo y se han instalado en unas lonjas abandonadas desde las que reparten mantas y sacos de alimentos triturados. Nadie sabe quiénes son y de dónde vienen, pero tras el desastre provocado por las últimas inundaciones la gente tampoco está para hacerse muchas preguntas. Ni siquiera hablan de la extraña imagen de sus bienhechores; parecen no ver sus cuerpos cubiertos de extraños plumajes, sus largas y corvas uñas negras, ni percibir su peculiar lenguaje. Después de lo que han vivido, su ayuda es una auténtica bendición. La riada anegó sus tierras, sus casas, sus vidas. Sus corazones, ahora tan vulnerables y agradecidos, sólo ven el lado bueno de las cosas. Lástima que también esa misma inocencia les impida preguntarse de qué están compuestos esos polvos tan nutritivos. La alarma saltará con los graznidos emitidos por el primer recién nacido tras la tragedia.
RÍO REVUELTO, de Beloved
El domingo que se desbordó el río que atravesaba el pueblo lucía un sol espléndido, así que todos los chavales estaban jugando en los columpios donde la chopera. A Lino no le dejábamos ir allí, porque es muy torpón y temíamos que pudiera resbalar y llevárselo la corriente, pero algunas veces desobedecía, dejaba encendida la tele y salía sigilosamente.
Aquel día de marzo soplaba con tanta fuerza el sur que derritió de golpe la nieve de las montañas, provocando una gran riada. Cuando vimos que Lino no estaba en casa, salimos para allá corriendo, pero las aguas turbulentas arrastraban todo a su paso y contemplamos impotentes cómo era engullido por el lodo.
Como a esa edad hay muchos NIÑOS SIMILARES A ÉL, mi marido y yo cruzamos una mirada de apremio y no tardamos ni un segundo en tomar la decisión de empujar al río a los papás de Telmo.
LOS ESPETOS, de Ladybug
Desde el gran apagón solo coincidíamos en el cole y dependiendo de si eras de agua o de secano, te tocaba una clase u otra. Y confundirte podía ser tu perdición. A nosotros la humedad nos sentaba fatal. En cuestión de segundos nos crecían brotes en las palmas de las manos y los pies, por eso siempre íbamos armados de chubasqueros y katiuskas; teníamos toallas por doquier, en cada percha y ropero, y nuestra clase se cobijaba bajo un gran paraguas. En cambio, ellos tenían la PIEL LAMPIÑA Y FRÍA, tan fina y brillante que parecían transparentes, eran como pececillos, ¡se les veía tan felices calándose hasta los huesos! Su aula era como una piscina donde todo flotaba; los libros, los cuadernos, los números, las letras. ¡Lástima que fueran tan despistados! Y que nosotros tuviéramos constantemente tanta hambre; por eso teníamos siempre a mano una barbacoa.
LA PROFECÍA DE DARWIN, de Procrastinator
MIRÁBAMOS HACIA ARRIBA ESPERANDO UNA TREGUA evolutiva, pero la nueva era daba sus primeros pasos. La naturaleza es sabia y, en nombre de la evolución, lo que no se utiliza lo asume como una rémora que tiene que desaparecer.
En estos tiempos, la amistad se ha pixelado hasta desaparecer, la honestidad y la generosidad ya no existen, la empatía solo refleja tu rostro y el amor es una emoción en decadencia.
La naturaleza es sabia y lo que no se utiliza desaparece: el primer ser de la nueva era nació sin corazón.
OJOS DE NUBE, de Aldebarán
Algún tiempo después de que cesaran las lluvias, decidimos recoger lo poco que teníamos y emprendimos, junto a otros vecinos, una larga peregrinación hasta la Zona Sur, donde el Sol nos dio una ardiente bienvenida.
A los niños nos costó acostumbrarnos al paisaje y tampoco nos fue fácil hacer amigos en aquella escuela sin tejas. Pero, poco a poco, aprendimos a mezclar nuestros rasgos con otros parecidos. Durante el recreo solíamos sentarnos a la sombra y una fuerza extraña y excesiva me empujaba a mirar con nostalgia aquel cielo siempre despejado. Me acordaba mucho de Gabrielito y lo veía diciéndonos adiós desde la charca mientras su madre salpicaba SU PIEL LAMPIÑA Y FRÍA con amoroso empeño. El recuerdo de aquella imagen me nubló la vista y mis padres, por temor al acoso, me colocaron unas gafas oscuras, aunque ya habían empezado a marginarme y a llamarme “ojos de nube”.
MUTONTOS, de Egomet
Rara vez llovía, pero aquella vez el río se salió de madre y duró como un embarazo. Tuvimos que renacer, sacando a flote aspectos olvidados en el fondo de nuestro ADN. Poco a poco, al oso cavernario más superficial le fueron estorbando capas protectoras, ya que al aumento del nivel de las aguas acompañaron una subida de temperaturas y la caída de los prejuicios. Todo el mundo se volvió sinuoso y resbaladizo. Y era fácil caer. En gracia, en la tentación, hasta en el ridículo. Pero nadie caía en la cuenta de que aquello era pasajero. Cuando las aguas volvieron a su cauce y el río se fue secando, sólo algunos Gabrielitos, elementos residuales de antiguas eras, podían vivir en los charcos. Pronto fueron acusados de haber provocado la sequía y, expuestos al sol les decían de todo menos bonitos. Los Gabrielitos boqueaban y miraban HACIA ARRIBA ESPERANDO UNA TREGUA.
CONFINAMIENTO, de Wenceslao Izquierdo
Desde que empezó la pandemia el Líder intratable nos encerró en nuestras viviendas. Tras varios años, el ejercito nos sigue aprovisionando de leche, conservas y barritas energéticas, pero cada vez les cuesta más acceder a la ciudad, entre vegetación salvaje y toda clase de reptiles, anfibios, aves y mamíferos muy apetecibles. Los animales nos miran con escarnio, pero nosotros LOS CONTEMPLAMOS HAMBRIENTOS DESDE LAS VENTANAS.
ORO NEGRO, de Respiración
LOS CAMPOS SE HAN CONVERTIDO en ciénagas obscuras. El hedor a petróleo es insoportable. Dos, únicos tonos, gris y negro, cubren la ciudad y una máscara en el rostro para mitigar la pestilencia.
Perece enterrado en algún lugar de la mente el hermoso colorido de la Tierra.
Olas densas de oro negro no pueden alcanzar la orilla de la playa y la vida marina ha desaparecido totalmente; ni peces, aves, algas o moluscos.
Lo asombroso es la aceptación. El silencio de los días y las noches. Un acallamiento tácito y espontáneo de no comentar o protestar.
Un polvillo negruzco rezuma constantemente por los poros de los recién nacidos. Sus frágiles pieles soportan una dermatitis atópica que les hace llorar sin parar.
La nueva normalidad se abre paso a una generación amarrada, de por vida, a antídotos y cremas especiales. Irónicamente, agradecen al gobierno la gratuidad de los mismos.
¿DÓNDE ESTÁ MOISES?, de Agüerojero
Un ejército de murciélagos salió al anochecer de la cueva; portan la última mutación del virus. Las redes de los cazadores han atrapado unos cuantos. Los abren y salan. Sus carnes HAN COMENZADO A LLEGAR al mercado. El virus espera agazapado el calor de otro cuerpo y salta al hombre. El virus ya puede salir del anonimato.
Un nuevo diluvio se cierne sobre la humanidad, una versión de la octava plaga de Egipto nos aturde y nos confina atacando a todos, a primogénitos y benjamines.
Y seguirá mutando. ¿Hasta cuando?
OCASIÓN ESPECIAL, de Carlos
Quedé parada ante la ventana, mirando los charcos inmensos, hermosos y vastos que como pilas Duracel no paraban de moverse y crecer, y crecer ¿Por dónde había venido ESE REGALO LIQUIDO QUE RECIBIAMOS atónitos? La temperatura oscilaba entre treinta y ocho, y cuarenta y cinco grados. No habíamos visto nube alguna durante semanas. Y no podíamos preguntar a aquellos seres anfibios, azules y trasparentes, caídos con el aguacero, porque no utilizan idiomas ni técnicas de atención. El maestro también dijo que no sueñan, a menos que lo deseen, y lo hacen con los ojos abiertos.
Dejó de llover. No se van. No es día, comentó el alcalde, para nadar. Ellos parecen creer que somos espíritus y nosotros que tienen una sustancia anti tumoral en la piel, que disuelta en agua caliente se convierte en cura del cáncer, en jarabe para combatir el Covid y en anticonceptivos orales.
MUDANZAS, de América
El día en que los peces se escaparon del mar, salimos a las calles a observarlos. El cielo se colmó de alas batientes, colores imposibles, zigzagueantes coreografías. Las escamas mudadas en tornasolados plumajes nos dejaron boquiabiertos.
Al atardecer, nuestros cuellos estaban rígidos de tanto torcerlos en dirección al cielo. MIRÁBAMOS HACIA ARRIBA ESPERANDO descubrir que todo aquello de los peces voladores era una especie de sueño colectivo.
Nos resultaba imposible replegar los brazos extendidos señalando el firmamento.
Nadie se preguntaba por qué los peces se habían mudado de hábitat, o tal vez todos lo hacíamos a la vez.
Lo supimos la mañana siguiente cuando nuestras epidermis aparecieron cubiertas de escamas. Y sin branquias ni entrenamiento previo, amanecimos sumergidos en agua salada.
EL AÑO DE LA LLUVIA SECA, de Lirio
Acostumbrados A NO VER MÁS ALLÁ DE nuestra propia supervivencia, el año nos sorprendió con una lluvia similar a la de los tiempos anteriores a la catástrofe. No nos quemaba el cuerpo lleno de pústulas y bubones. El agua resbalaba por esa costra endurecida que ahora era nuestra piel, sin mojarla, pero tampoco sin que la dañase. También el aire dejó de abrasarnos con su aliento ácido y radiactivo. Y en primavera empezaron a crecer plantas, árboles o incluso pequeños animales que no brillaban en la oscuridad.
Fue entonces cuando nació Darwin —así decidimos llamarlo, quizá por superstición—, un bebé de piel sonrosada que no vomitaba bilis negra ni tenía diarreas o dificultad para respirar, y en el que era imperceptible ese halo fosforescente que nos condena a los demás. Y así crece, arropado por nuestra esperanza de que no seremos nosotros quienes veamos el fin del mundo.
TEMPLE, de Vellorita
Cada vez que llueve el mundo se desdibuja. Solo la vegetación reverdece. La gente corre sin rumbo y los que sobreviven pierden brazos, pies, orejas o cualquier parte del cuerpo mojada.
Luego, cuando escampa, mi madre coge las acuarelas y pinta de nuevo el mundo a su imagen y semejanza. Hoy ha cambiado el bar de la Lupe por una ferretería. Papá pasaba muchas horas allí, murmura con el pincel entre los dientes mientras rehace el luminoso del escaparate. Lupe se llama ahora Ramón, tiene bigote, el torso musculado y unos dedos atrevidos.
Yo le recrimino que juegue a ser Dios, pero ella hace como que no me oye y, con su sonrisa maliciosa, llena de estrellas el cielo en pleno día.
Mis compañeros me envidian. No sé cómo explicarles que vivo aterrada desde QUE SE HAN ACABADO las témperas indisolubles con las que me retocaba los colores cada mañana.
Os agradezco mucho las aportaciones que habéis hecho a mis Mutantes, todas inspiradoras para futuros relatos. Me ha costado decidirme por uno más dos y dejar atrás otros. Pero al fin y al cabo, esto es escribir por placer y esa es nuestra principal recompensa. Hasta pronto.