86. Allegro, ma non troppo
Como la veían siempre melancólica, le regalaron el libro de aquel poeta atormentado. Y acertaron. Ella se bebió cada verso como si el autor se lo susurrara al oído. Sus palabras estaban llenas de brumas, de noche y cementerios. Tenía que conocerlo. Una noche más tormentosa aún que sus dos almas gemelas se presentó en su casa. Ya nada fue igual. Se amaron. Compartieron sus heridas, su dolor de vivir, sus angustias sin consuelo. Estaban hechos para quererse hasta la desesperación, quizá para un suicidio a cuatro manos que inspirara una leyenda perdurable.
Ella fue su musa, y él se entregó por turnos a amarla y a poner por escrito aquel milagro. Amaneció en sus versos: sus adjetivos se llenaron de luz, sus lágrimas de arcoíris. Logró escribir la oda definitiva, el poema más jubiloso que nunca haya escrito nadie. Una mañana, ella encontró junto a su almohada el manuscrito, todavía tembloroso de tachones, envuelto en un lazo de seda. A su lado, él dormía, exhausto por el esfuerzo. Y durmió todo el día. Al despertar, descubrió que ella también le había dejado algo en su almohada: una nota donde le contaba, entre lágrimas, que se escapaba con el enterrador.
Tengo un micro que se titula igual, pero no tiene esta carga de metáforas, de imágenes literarias, de escritura rota y rasgada. Estupenda musa que trastoca por amor el dolor y la melancolía del poeta en colores y luz, haciéndole perder la esencia que le condujo hasta ella. Me encanta, Tomás. La felicidad, como todo en esta vida, puede ser delicada, frágil y quebradiza; rara vez es constante y duradera. Suerte, maestro. Un fuerte abrazo y un feliz año.
Feliz, año, Rafa, y gracias por tu lectura tan cariñosa. Ahora me siento feliz por tu culpa, y tengo que abandonar mi carrera de escritor atormentado. ¿Qué me has hecho?
La alegría nunca es completa ni permanente, como nada lo es. Al menos, el poeta y quien se convirtió en su musa vivieron momentos dichosos, mágicos y, sobre todo creativos, inspiradores de esa «oda definitiva» que perdurará en el tiempo, pero quizá el enterrador también necesitaba una dosis de dicha y ella era de corazón generoso.
Fue hermosa mientras duró esa alegría, «alegre pero no demasiado» por su final, breve, intensa y feliz.
Maravillosamente escrito, bello y original.
Un abrazo y suerte, Tomás. Feliz año
Gracias, Ángel. Últimamente solo recalo por aquí de cuando en cuando, pero conforta que siempre estés, aportando el calor de hogar de tu lectura atenta y cariñosa.
Un abrazo y feliz año